No volveré a ser joven


Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.


¿Te acuerdas de mis carcajadas? ¿Mi arrimar sobre aquella ventana del cual se deshilaban mis suspiros mientras contemplaba la belleza del sueño? Queda todo tanto tiempo atrás. Este año lo comprendí. Aplasté mi última colilla de la eterna noche. Me hice bulto, anclé mi remangado empeño y, ya ves, no tiene mérito ese brindis por ese rastrojo de papel en el cual escribí lo que son las revoluciones que padecemos. Me rendí ante ustedes. Aquí tengo mi carnet de militante. Ya cobro mi sueldo, me cuelgo del horario. Al menos me empano los dedos con cal, sonrío a los próximos sobrevivientes de mi muerte y les ayeo que no le tengan clemencia a la ignorancia, que se lleven la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.


Bajo mi realidad tan solo hay esquirlas desilusionadas. Hay gracejos futuros que se desvanecen, colores que se suicidan, movimientos que se mutilan. Promesas que con un quejío inflado debo arrancarle a mis seres queridos. Silencio. Comprendí que este era el ansiado aplauso. 

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma.

Vivo en una sala de espera. Cuando despierte de este sueño, tú al menos tendrás veinte años más en los cuales columpiarte. Seré tu olvido, acaso ese furtivo recuerdo que te apene y tanto asco me des mientras rondas con tus otros allegados rostros por  las festivas mesas de la vida. Bajadme de los pedestales que no quiero ser humillado.  Quiero ser un santo olvido. Lo que hice y dejé de hacer es una ilusión. No lo entenderás jamás. Esta cartera, esta declaración, este mérito sin serlo te lo regalaría sin más. Tan joven y tan viejo, tan solo quiero contemplar el único y breve suspiro de mi universo antes de que termine la obra. 




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