Dos relocos



Últimamente mis despedidas las suelo batir tras los taxis que capean semáforos y tornan sus faros a un lejano horizonte. En muchas ocasiones soy yo quien permanece con los zapatos enraizados en el asfalto un instante, recobra el paso y regresa a su balcón para inflarme con estúpidas sonrisas resultantes de los instantes que se convertían con acrobática inmediatez en cenizas del recuerdo.

A. lo flipa con los patitos que posee W. en su ducha.
En cinco días reconstruimos el gracejo constante, los piques exigentes, la curiosidad y el gusto por el mundo culinario, las escenas surrealistas y las confesiones inconfesables que navegaban por un río lánguido de tres años. Con la visita de A. volvimos a recordar aquellos tiempos de Erasmus, a reírnos tardes enteras de anécdotas y personajes ilustres y cuyo espíritu nos embriagaba con lágrimas de felicidad y dolores estomacales por tanta risa desenredada. (El señorito pelo español, las damiselas de la cocina, el bueno de Mihau, etc.) Recordarmos incluso mis guisos de papas arrugadas y esos chutes de Ron miel que me enviaba mi padre (¡hacía ya años que no preparaba papas arrugás!) e incluso la casualidad quiso bendecirnos al volver a quemar mi cazuela, estando A., descojonado, grabando de nuevo mi despiste, tres años después. Fueron días para desconectar de nuestras labores, quemar los periódicos y tan solo volver a recobrar el sano color de nuestra tez, abatir el insomnio y los relojes. Tirados en la arena, vagando sin trépidos almanaques o agendas por la ciudad y la costa, festejando un San Juan en lugares remotos donde se duplicaban las cervezas y mi guitarra como mi voz desafinaba, así nos poníamos al día de las historias acontecidas, de sueños y anhelos, tristezas y alegrías que acampaban  -y acampan- en nuestras respectivas veras durante todo este tiempo.

El tiempo es doloroso cuando nos traspasa y se cuelga tras nuestras espaldas. Y,sin embargo, somos capaces de disuadirlo, encestarle un codazo para detener la eternidad de sus agujas. Me ha venido bien la visita del amigo A. Ante todo por la risoterapia, pero también porque, contemplándome a mí y a mis otros amigos, observo que hay cosas que cambian en nosotros, pero otras muchas siguen siendo iguales. 

Todavía somnoliento por el madrugón, contemplando y riéndome a solas en mi balcón, apurando el veneno de humo entre mis labios antes de salir al instituto para ordenar papeles, me acordé de este efímero reencuentro. Y que debí de darle las gracias por distraerme con los recuerdos para que se me quemara la cazuela de nuevo o bien por descojonarse de mis patitos en la ducha. Porque así sé que seguimos siendo unos relocos.


P.D.: Los patitos ya estaban aquí cuando me mudé...Asi que no soy una nenaza...aunque le da color y vidilla a baño...¿no? xD

Comentarios

Yaiza ha dicho que…
Las visitas de los amigos siempre son una inyección de adrenalina.
No sé si la cortina de los patos le dará color al baño pero unas risas te echas todas las mañanas cuando la ves, seguro jajaja.

¡Un abrazo!
Diebelz ha dicho que…
¡Ya te digo!
Y bueno, los patitos dan color, ¡claro que sí! Y bueno, la risa no sé...a mí me gustan, ¿eh? xD

¡Otro abrazo, Yaiza!

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