Vetusta Morla


Corrían días extraños y de pronto me ví ahí, desvaneciendo bocatas caseros y bebiendo ansiedades antes de emprender el periplo por el desierto con tres latidos. La luna llena alumbraba un camino por recorrer bajo la tibia noche, un sendero en cuyos costados se anidaban cegueras, rostros y gestos que creen estar felices, contentos, que exhiben maquillajes, perfumes, trajes dorados cuando en el baldío de los días lastrados no tiene sentido alguno. Beben sonrisas artificiales, se alumbran con pantallas maquiavélicas, rumian decentes indecencias. Bajo nuestros puños un refugio de ansiedades por hallar esas canciones que se hospedan en nuestras carcasas, en las caracolas que portamos por las ciudades derruidas, esas que quizás sean capaces de serenar el vendaval que ruge en la vil noche plagada de temores y trizada por tristezas. Nos alivian los mutuos alientos, nuestras historias y ocurrencias que pescamos con sonrisas sinceras o rostros de espasmos futiles mientras esperamos sobre la lúgubre y ocre tierra, con los ojos vendados por un manto de polvo, la desaparición de los técnicos, la aparición de la voz y el rifeo de una Vetusta Morla. El pequeño escenario se apaga, vuelve a renacer con la espalda de Pucho. Se gira con parsimonia y, como si me conociera, me habla de esos Días Raros que viví esta semana donde uno se preguntaba con la cabeza hundida, con la voz tan pesada como aquella que agarraba el cantante de Vetusta Morla ¿Quién lo vio bailar como un lazo en un ventilador? ¿Quién iba a decir que sin carbón no hay Reyes Magos? Como queriendo alcanzar el tiempo perdido entre enchufes, afinaciones y niveladores de voz, salpican canciones de esos Mapas que no se hallan en el redil de la cartografía común. Cabeceo el ritmo desprendido por los pulcros rifeos, la voz encogida en un puño, todavía incapaz de sosegar al desencadenado ventarrón pese a que le recordemos, con aires de balada, cómo son los pasos sobre las Baldosas Amarillas del funambulista que recorre el guión, la memoria. O incluso asintiendo, elevando los hombros, dejándose arrastrar por ese vaivén de acordes y frenéticos versos, la pura poesía bajo las parpadeantes luces Lo que te hace grande, aquello que es indescriptible, aquello que tan solo se puede sentir. Tan solo cuando suena -bajo una cálida luz púrpura, ligada con el azul desligado de la intemperie barnizada con una tenue oscuridad- los punteos de esa melodía, inconfundible, el viento parece calmarse, atender a nuestro colectivo rumor. El redil de corazones abiertos comenzamos a cantar y en milésimas de segundos me dejo llevar, sepulto mis ojos mientras canto sin desafinar aquel Copenhagen

Él corría, nunca le enseñaron a andar,
se fue tras luces pálidas.
Ella huía de espejismos y horas de más.
Aeropuertos. Unos vienen, otros se van,
igual que Alicia sin ciudad.

El valor para marcharse,
el miedo a llegar.
  


Y con ese miedo a llegar, carcomiéndonos la ansiedad, elevamos con valentía la voz con esa advertencia del Sálvese quien pueda que comparto en un grito sujeto a mis cuerdas vocales: 

Puede ser que mañana esconda mi voz, 
Por hacerlo a mi manera 
¡¡¡Hay tanto idiota ahí fueraaaaa!!!

Puede ser que haga de la rabia mi flor, 
y con ella mi bandera 
Sálvese quien pueda 


Y prenderse ese ovillo que comenzaba a brincar frente a una antología abierta, claudicar al durmiente Rey Sol una plegaria, recordar cómo se embarraron nuestras polvorientas zapatillas hasta vernos aplacados por esa canción que me saca Pucho, inesperadamente, del bolsillo. Ahora tan solo magullo un silencio, percibo la Maldita dulzura que fue la mía, la tuya y cuando comienza a desmoronarse la voz, rasco de mi riñonera el cartón y me llevo a los labios un cigarrillo tras ver que no había barrunto en mí para esta canción. Respiro, inhalo veneno, desprendo veneno y aniquilo la colilla para intentar, colectivamente, derribar los contenedores que sesgan el mundo, inflados con un devastador consumismo. Con Un día en el mundo queríamos que los ciegos comenzaran a ver, que se desprendieran de la morfina electrónica. Que se vinieran a la izquierda de este aislado plató, que se contemplaran y se desnudaran, vieran lo que son sin tener que tener. Y, por si había que matizar, se enloqueció el escenario, el viento comenzó una vez más a imprecar como los oyentes que este mundo es cada vez más inmundo en esta Cuadratura del Círculo. Un círculo que se cerraba con la inclinación unánime de Vetusta Morla, desangrando nuestras manos con aplausos, suspirando el asombro por cómo el tiempo nos aplastó una vez más. Y quizás con más aire, reconfortantes por beber de esas canciones tan necesarias como vitales en este inmenso desierto -pero también huyendo de la rabia polvorienta y desatada por el rugir de Vetusta Morla-, volvíamos a la oscuridad. Yo volvía para soñar temores y despertar bajo este teclado. Suspirar y volver -hasta el próximo fin de semana- a mi deshabitada isla. Pero seguramente tendré más aire y menos alquitrán en mis pulmones cuando cruce en el atardecer bajo alas metálicas, vuelva a adherir mi oído a las caracolas para oír ese mar que no existe en nuestros ojos, sino en nuestra caja torácica. 


Foto by Kiram. Retocado y "cogido prestado" (con cariño) by W.

Comentarios

Yaiza ha dicho que…
Me encantó. ¡La última vez que te visité se me escapó! Por un momento me imaginé entre la ventolera y la tierra, cantando hasta desgarrarme la voz.
Diebelz ha dicho que…
Pues todo un honor el poder brindarte la oportunidad de estar en un concierto de Vetusta Morla sin levantarte del sillón! La verdad que me encantó el concierto, pese a las condiciones climatológicas adversas. :P

¡Salu2!

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