La colina de las amapolas


Chica justa, ¿por qué mandas todos tus pensamientos al cielo?
El viento se los lleva a lo alto para mezclarlos con las aves
guarnecidos con el azul.
Este día, tus banderas vuelan de nuevo.


Así, de improvisto, le ha llegado este poema a las manos de Umi. ¿Quién será la persona capaz de leer las banderas marinas que iza cada día, como un deseo marchito al viento? ¿Quién se interesará por ella, una chica de Yokohama, modesta y humilde que lidia sus estudios con la cocina de la casa de húespedes en la cual habita? Las incógnitas comienzan a aclararse tan solo en un primer acto, con la figura del joven Shun Kazama. Más allá de conocer a un chico, a Umi se le abre un mundo extraño del cual ha querido mantenerse distanciada, como sujeta al mástil de sus recuerdos. En pleno Japón cambiante donde rebrota la prosperidad tras el ocaso de la guerra y se vislumbran Juegos Olímpicos en Tokio y nuevas instalaciones como costumbres en las aulas de las academias y universidades, Umi como Shun se cuestionarán sus sentimientos, sus raíces y hasta el futuro, viéndose despertar entre lágrimas, en realidades que son pesadillas y sueños que parecen dibujarse tan solo en un mundo onírico

Umi y Shun se cuestionan bajo la lluvia sus sentidos más sentidos.
La última obra de Gorō Miyazaki, La colina de las amapolas (basado en el manga de Chizuru Takahashi y Tetsuro Sayama) es una omnipresente reflexión sobre los ciclos históricos en las cuales deben pugnarse las almas. Aunque aparente ser una historia inmersa en un mar de clichés -que también- la cinta del hijo del gran Hayao Miyazaki se mantiene a flote gracias a los condimentos con los cuales amasa esta historia en la cual afloran interrogaciones sobre los legados de la historia, el sempiterno temor anclado en el presente y el futuro igual de incierto pero prometedor que suele cantar a los cuatro vientos. Umi y Shun se verán envueltos en choques iónicos personales pero también involucrados por custodiar la Casa Club del Barrio Latino - es decir, el partenón de la cultura que en el film adquiere un papel importante-  en plena transmutación de la tierna y a la par cicatrizada infancia hacia la madurez. Cosidos, por tanto, la historia individual con la colectiva, ambos jóvenes deberán elucidar o condenar, optar o desechar los fracasos y logros del pasado para dibujar los lienzos del futuro, teniendo para ello que indagar y descubrir las incógnitas, los signos marinos que se hallan en el océano de la memoria. 

Envolviendo a los personajes en ambientes agradables, pincelando con maestría los paisajes y guiando la narración con una banda sonora capaz de sembrar una sonrisa en el espectador -y sin olvidar los puntuales como vitales gags- Gorō Miyazaki exhibe su propio desarrollo y progreso en la animación tras su amargo estreno en el cine con Cuentos de Terramar (2006). Sin evadirse o apoyarse en los enigmáticos mundos de la ciencia ficción, La colina de las amapolas es una arriesgada puesta en escena, tanto que hasta uno de los principales personajes de la película acierta en precipitarse y advertir que se parece a un melodrama barato. Sin embargo, los detalles tan bien cuidados y ahondando en la lectura de la obra hacen posible que La colina de las amapolas destile una estela mágica pese a mantenerse cercada en un cosmos ajeno a la imaginación. Desde nuestra mundana y apurada realidad, Gorō Miyazaki nos revela que nuestras vidas pueden abrigar un gran lirismo, arropar cierta magia, siempre y cuando sepamos valorar, desechar y conservar -como la Casa Club, símbolo de la memoria- el tonelaje del pasado en nuestro presente e inminente futuro que son el basamento de nuestras propias existencias. 






Título: La colina de las amapolas
Año: 2011
País: Japón
Director: Gorō Miyazaki
Guión: Keiko Niwa, Gorō Miyazaki y Hayao Miyazaki
Música:  Satoshi Takebe y Aoi Teshima
Productora: Studio Ghibli


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