Otra vela para sombra






Madrugada.

Arriba la luna sigue en su deslavado
desnudarse de la luz azul que la viste.
La oscuridad le perdona la cicatrices y le ofrece,
generosa,
otro velo para su impudicia.
Abajo
la sombra se acurruca en el último rincón
de su desvelo.

Eso que se levanta,
¿es un viento o un puente buscando
lejos la otra orilla para acabar
de tenderse?

Un suspiro, tal vez.

Y otra vez la duermevela y sus ilusiones:
una serpentina suspirada y liada
en un cuello ausente,
el ansia levantándose y hundiéndose
en el bajo vientre,
el leve respirar de la sombra en el oído de la noche,
el deseo vistiendo la morena luz de la penumbra,
un beso largo y húmedo en los otros labios,
la mano escribiendo una carta
que nunca llegará a su destino:

Daría lo que fuera por enredarme entre sus piernas,
por confundir nuestras humedades,
por desgastarme en la luna hendida de sus caderas.

Daría lo que fuera,
menos dejar de hacer lo que es mi deber hacer.

Amanece.

El sol empieza a ayudar a las casas y edificios
en su lánguido inclinarse a occidente.

Afuera preguntan:
"¿Listo?".

Adentro la sombra dobla con cuidado el ansia,
la pone en el bolsillo izquierdo de la camisa,
cerca del corazón,
y responde:
"Siempre".

Poema del Subcomandante Marcos

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