Alone together


Para los expertos era un anómalo fenómeno. Según el cardiograma, sus latidos eran la partitura arrítmica del lenguaje médico. Varias batas de cal se entorpecían a codazos un hueco ante el frunce de ceño. El doctor Déniz posó sus tibios dedos sobre el mentón arrugado y, suponiendo su propuesta como atípica, encomendó trasladar el expediente del paciente al conservatorio. Sus colegas de oficio, en un primer instante, tomaron una postura indómita, aspando el ambiente con mociones y alaridos de sinvergüenza. Pero tras la tormenta llegó la calma -como bien dice el dicho-, cediendo ante la obvia ausencia de una mejor propuesta. Para los más pudientes y reacios a hilar sus nombres en osadas valentías, suponía a largo plazo una idea no del todo descabellada, dado que de tal manera podrían cerrar el expediente y archivarlo, sin pudor alguno, en la estantería del olvido. Sin embargo, dos recalcitrantes defensores de la ciencia empírica -ya entrados en edad y auspiciados por su historial académico- opusieron su voluntad sin mayores méritos, pues la democracia era el fuste esencial del maderamen que sostenía la institución médica y de renombre en aquella ciudad. 

Sea como fuere, finalmente se trasladó el expediente a un ilustre profesor del conservatorio. Ahí se estudió exhaustivamente el caso durante semanas y, atónitos ante el descubrimiento de la melopeya inserta en el paciente, remitieron el informe final al doctor Déniz. Recuerda muy bien -nos relata el susodicho doctor- que fue una mañana de lunes -un 23 de febrero para ser más exactos- cuando recibió en su despacho, invadido por torreones de apilados papeles, el inesperado informe. Sorbió del negruno café que emitía hilos de candor sobre su rostro y apunto estuvo de regurgir el brebaje cuando llegó en su lectura a la conclusión final. Posó la taza y el informe en la mesa y llamó a su secretaria: "Comunice al paciente nr. 2345691F que venga a consulta mañana a primera hora", fue su veredicto. 

No auscultemos inflados detalles del relato pues, como era de esperar, el referido paciente nr. 2345691F se presentó a la mañana siguiente en consulta. Sin más preámbulos y tras cruzar el umbral de la puerta, el doctor Déniz le indicó con un leve gesto la silla donde acomodarse. Con parsimonia, el paciente tomó asiento y esperó durante un minuto hasta que el emérito doctor levantara su mirada del expediente. Veía en él a un experto de la materia, mordiéndose con ternura el labio inferior y tomando una postura impaciente tras la mesa que separaba ambos mundos. Finalmente, el doctor fusionó sus manos en un puño de certidumbre e incrustó sonriente sus ojos en el paciente.

Deslizó sus palabras con cierto aire estrambótico, intentando así establecer una cercana confianza con el paciente. Con leves menudencias y asimilados asentimientos le indicó que debería encuestarle, hacerle unas someras preguntas para cercionarse antes de concluir con el esperado veredicto. Fue así como le preguntó sobre su rutina, los quehaceres a los que andaba aferrado; sobre sus relaciones sociales y habilidades para, finalmente, interrogarle sobre su estado anímico. Como era de esperar, el paciente respondió de manera comedida y correcta. Se trataba de un individuo solitario, sereno, volcado sin apego alguno a las tareas más insulsas. 

Inesperadamente, el doctor Déniz -así lo recuerda- elevó el mentón y volvió a tomar una postura académica para exhibir su sentencia.

- Bien, mire...El caso es que hemos detectado que, en sus entrañas, suena Alone together, interpretado por Chet Baker, ¿lo conoce? 

El paciente negó con timidez. 

-Es decir, padece de un bellísimo tema -dijo el hombre de la bata, arrugando su frente, dubitativo en cómo proseguir -Lo cierto es que para ello no tenemos remedio. Es una enfermedad rara, poco frecuente. Y más en estos tiempos. 

El paciente asintió sin ánimo de querer objetar el diagnóstico final y el despacho se inundó de un cargado silencio. Para irrumpir y proseguir con la secuela repetidamente avivada en la memoria del doctor, concluyó apenado o no:

-Lo lamento. 

A ralentí, el paciente sonrió, asintiendo a la par con ternura y, como coordenados por un enigmático péndulo, ambos se levantaron al unísono de sus respectivas sillas para despedirse. El aquí referido paciente abandonó el hospital al atardecer. El doctor Déniz, con los brazos entrecruzados sobre la espalda, le vio distanciarse desde lo alto de su despacho, tras sus enormes ventanales que ofrecían una vista privilegiada sobre la ciudad. Allá a lo lejos, bajo una luz dorada, se escabullía un alma errante, pensaba. ¿A dónde iría con esa melodía cargada sobre su pecho? ¿Podría sobrevivir ante tal agravio? Las reservadas y distantes respuestas de su paciente confirmaban lo que intuía: aquél hombre le mentía. Quizás sería cierto que anduviera solo, pero era más que seguro que el paciente nr. 2345691F anduviera buscando, cloqueando sus pasos, un remedio para borrar el pasado. Sus ojeras delataban el atormentado insomnio, así como su flácida apariencia, la tez blanquecina. Suspiró.

By W. 






Comentarios

Yaiza ha dicho que…
Qué interesante, tu relato parece tener el mismo ritmo que el tema del que elegiste hablar. Me gusta.

Por curiosidad, ¿la elección de 23 de febrero tiene algo que ver con el golpe de Estado o es pura casualidad?

Un abrazo y una sonrisa para ti

Diebelz ha dicho que…
Bueno, si por fin he dado con la musicalidad en las letras me doy un canto en el pecho. Pero me alegro que te guste y no, lo del 23-F se debe a otras circunstancias.

Otro abrazo, Yaiza. ;)
Yaiza ha dicho que…
Diste en el clavo. Al menos en el mío.

Bueno, pues entonces la curiosidad aumenta, inevitablemente :D

Un beso!

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