Remembranzas


Estoy convencido de que Aristóteles asignaría, según su célebre y cimentada poética,  a mis argumentos de la trama vital como acciones simples, es decir, donde se produce un vórtice, un acontecimiento de fortuna sin pericia ni reconocimiento. Charles Bukowski seguramente lo definiría, ecuánime a su lirismo económico, como un asunto propio del interés del éxito. Quizás todas las amantes no buscaban amor, sino éxito. Pensarían que quizás sería un Seat 600 y que ellas siempre buscaban un Mercedes Benz. Y no me atrevo a atisbar qué traducción vislumbraría el poeta Leopoldo María Panero en mis derrotas napoleónicas, en mi frontera mancillada por el desamor, un Somme rellenado de lágrimas, una escultura de Pericles hecha añicos por el devenir histórico del tiempo.

La imagen que todo peatón atropellado quisiera guardar, con un salvoconducto de dignidad, es la de un Humphrey Bogart suplicando con plausibles excusas que Ingmar Bergman se subiera a ese avión con Víctor Lazlo en su huída de una ciudad tan olvidada como es Casablanca. Pero esa heroicidad simulada es tan solo un atrezzo bucólico ante el insomnio que pueda padecer cualquier anónimo viandante de la ciudad sin nombre. 

Que los husos horarios, pletóricos de felicidad, se caducaron hace tiempo atrás es una obviedad como el ataque de revelación que padeció Darwin al hallar el evolucionismo tras su pluma. Pero uno cruza el umbral de su guarida con la asumida figura de San Sebastián asaeteado por la ignominia germinada en la boca de sus compañeros de trabajo, por el doliente asfalto monótono en los crucigramas de la semana, por la soledad que le abriga a altas horas de la noche. Delega el cansancio sus llaves sobre el cuenco de la espera y tiene por cena cigarrillos y cervezas, licor que parecen honrar a la deidad que lo crucificó en el ensayo de la estupidez cincelada por un tal Marina. ¿Qué sentido tiene este sinsentido? Brotan milenarias preguntas sin salas de esperas, sin lecturas que respondan. Tan solo el eco. Tan solo la jocosa, risueña dolencia advierte la rendición: zapatero, vuelve a tus zapatos. Volver como los otros, los otros que se parten el alma rellenando huchas de sueños tanteables, contables. Otros que aspiran e inspiran excusas en libros de autoayuda, en un cuento de Pablo Coelho, Jorge Bucay, en ritos budistas, sociables y venerables, constatables en las redes sociales; en la rectitud enmarcada por señales de seguridad vial. Y no quiero ser otro, ser un objeto de rebaja, el incorrecto correcto de los diarios matutinos, el pase de prime-time que todos anhelan por etiquetar, halagar con 35 "me gusta". No quiero ser esa foto que en el futuro se calcinará en una verdad pincelada al gusto del espectador. 

A todo esto doy rienda suelta en la remembranza casual. Se desoye a las horas, se escribe y un gato me tira los cuadernos, los torreones de papeles al suelo. No cabe fuga para la mirada de Alcatraz. Uno se ancla en las letras, en los poemas troquelados en su buen día a alguien que amó. Brotan al instante los instantes padecidos porque los momentos no se viven si no se recuerdan; únicamente lastiman si surgen de la oscuridad del olvido. He aquí que, bombardeado cual Hiroshima, queda el desconsuelo para hundirse más en la herida, reencarnando la sangre de una Idea Vilariño o Alejandra Pizarnik. Qué paradoja lamer con la lectura hebras del pasado y confirmar que uno vivió cuando no se siente vivo. "Ojalá pasaran cosas", suspira la congoja sorbo tras sorbo, como recordando aquella canción de Rafa Pons. Pero nada pasa y queda sobre el regazo el alivio en cuanto que, en cuestiones de amor, uno al menos siempre ha sido Humphrey Bogart. Que pese a que fueron ellas el sutil lastimo -en honor a Ingmar Bergman-, nunca pensó en el odio ni la venganza, sino en su propia cojera. Que alguna vez, cual un Corto Maltés, mantuvo la frente alta pese a las lágrimas. Que cantó aquello de sálvate tú




Comentarios

i*- La que canta con Lobos ha dicho que…
Curioso.,. Hoy es la segunda vez que leo un blog que habla sobre la búsqueda del éxito capitalista... Fresas salvajes, Sam se las perdió... El sinsentido lo es todo. Por desgracia soy cómplice de los "me gusta" (será cosa de la edad) Al fin y al cabo somos Personas al borde infinito del séptimo sello.

Brutal entrada.

Un beso
Diebelz ha dicho que…
Creo que el cosmos no entiende de edades para todas sus arterias. Gracias y un abrazo. ;)

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