No, jo dic no


No,jo dic no,diguem no.Nosaltres no som d'eixe món.
-Raimon, en su canción "Diguem no" (1963)


La negación anda forjada de manera inextricable al rechazo, aunque nunca a la pérdida. A sazón de ello alumbra aún más aquella reflexión acunada en "El hombre rebelde", de Albert Camus. ¿Qué es un hombre rebelde?, se preguntaba el filósofo existencialista. Y a continuación respondía: Un hombre que dice no. 

A diario se percibe un Blitz atronador lanzado desde la intemperie de la inconsciencia del colectivo, de la monoteista y omnívora voz que uno auscultaba en filmes de Fritz Lang o en las novelas de George Orwell. Una voz metálica y gélida, cuyo rasgo fundamental es dictaminar la selección natural de las cosas en un mundo bífido, hecho palestra. El alambre, obtenido del trefilado iracundo que salpican las malas lenguas, segrega los universos en quienes se codean y asienten ante el universo preestablecido y correcto y en los que niegan y afirman aquella proclama brechtiana que rendía culto a la  reivindicación de la sensatez ante su ausencia en un universo, por ende, incorrecto. Unos tratan de someter a los otros desde la presteza de su estatus y valedores de verdades entrecomilladas pero aprobadas por el hombre masa de Ortega y Gasset. Son los líderes de la superestructura ideológica wallersteiniana o los intelectuales orgánicos de la clase dominante de Antonio Gramsci; son ciertos políticos, banqueros, economistas, periodistas, amigos, pareja, familiares, tu jefe del trabajo, la empleada del supermercado, anónimos transeúntes quienes intentan silenciar tu universo como quien le corta la lengua a Víctor Jara. El impositivo verbal inunda los calendarios del latido. El verbo hacer, como cabecilla de un conspiratorio Golpe de Estado ante la vida, le asalta a uno con una desnudez propia de playa Girón: estudia, trabaja, haz la compra, hazte la revisión, haz la declaración de hacienda, cásate, ten hijos, veranea aquí, lee esto, mira lo otro, sonríe, préstame atención, vótame, confía en mí, no hagas esto, sí lo otro, haz, haz, haz...

Pero hay quienes dicen no ante dicho monzón que dictamina los ciclos temporales del universo paralelo. Son quienes diciendo no, dicen a la par a su propio universo, no al ajeno. Son los que defienden en su trinchera un códice genético propio, con sus propias reglas espacio-temporales y con virtudes y dignidades hechas antítesis hegeliana. Ya lo decía el filósofo Slajov Zìzek en su obra "En defensa de la intolerancia": no todas las ideas deben ser respetables ni consentidas. Y cantar no es un saludable acto para acrecentar el limes preestablecido entre los dos mundos. Cantar no, como cantaba Raimon, es cantar contra el descrédito de la honradez, contra quienes pervierten las virtudes socráticas que son nuestra espina dorsal; cantar por la memoria, contra las cloacas y el desfalco, la codicia que inunda los bolsillos de en pantalones de Zara; es cantar contra pantallas atontadas, la desnutrición de la cultura y el exhibicionismo de lacras sociales que se galardonan unos apellidos a otros; cantar no es cantar contra a la ira y el delirio de botas perfumadas y deslices léxicos; cantar para acallar a Shakira y levantar fabelas de dignidad; cantar por venir del silencio.



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