Yira




Y el corazón, hecho un linyera, salió de la consulta del cardiólogo. A pasito de sístole y otrera de diástole, yiraba el corazón sobre la teñida vereda, ésta ya entonaba bien de insomnio como era propio de la época del año. Y taciturna pero contenta como su ronquera, símil de sus huérfanos bolsillos, empezó a cantar -cual un Goyeneche envalentonado y risorio pese a la presteza de la tristeza medicada- aquella canción.



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