Paul Auster, Nu-Jazz y los veranos perdidos



I.

Se fuman las elipsis de los calendarios. Ayer, en alta madrugada, terminé la novela 'Tombuctú', de Paul Auster. Eso sí, no sin percibir una leve punzaba en mi pecho. De cúbito supino y el tenue fulgor de la lámpara atravesando las sombras desde la mesa de noche, me quedé mirando al vacío pensando en 'Mr. Bones' y su travesía por un mundo hostil; el vagabundeo del aturdido poeta Willy G. Christmas, la soledad, el amor incondicional y el espíritu del azar austeriano desde la perspectiva de aquél perro. No sé la razón por la cual me emocioné tanto con esta breve lectura única. Quizá tenga que ver con la empatía o la asimilación con ese filme de Robert Bresson, Au hasard, Balthazar. Esa mirada cándida, neutra de un animal hacia un mundo humano donde resulta difícil -por no decir imposible- hallar el amor.  Contrariado me levanté para divagar por la oscura estancia, darle un sorbo a la gélida botella de agua, fumar el último cigarrillo del día y volver a abrir una nueva novela. Faltaría poco para que por fin los ojos se rindieran al cansancio. 


II. 

Me levanté tarde. Pese a los maullidos matinales y el frío hocico del gato, permanecí un rato en la cama con la cara desencajada y el cabello revuelto. Chasqueé, me retorcí, observé la hora y me dejé caer de nuevo. Percibía el aire enrarecido del final del verano. Le dí al play del jazz y comencé con los oficios dominicales. Se desprende la ropa de cuerdas sin acordes, se pasa la escoba, caen ráfagas de agua en la ducha y uno se acoge al aroma del café en la estancia. Salgo a la calle con el fulgor del verano presente y se compra el periódico, se tira la basura. De vuelta, el gato sigue dormitando a pata suelta. Literalmente. 


III.

Entre libros y paseos, prosigo adentrándome en un paraje hasta ahora poco conocido como es el género del Nu-Jazz. En realidad me encantan cantidad de géneros musicales y un sistema planetario como el jazz siempre ha sido el refugio par excellence. Con cascos similares a los de un cosmonauta percibo la armonía del beat del fallecido Nujabes y sus incursiones con le jazz hop; el grupo C2C con su fusión de blues y electro o bien Flamingosis que culmina con serenidad el chill a ritmo de funky y atrezzo jazzístico. Pero sin duda, quien abarca genio y posee una paleta repleta de imaginación es el joven marroquí SaiB, capaz de hacer del solo de Paul Desmond al saxo una escultura a base de beat como Didi Crazzz con Stan Getz. Bebop licuado con trazos de electro en estado puro. Nu, Acid, Hop, Fusion Jazz son ejemplos de la extinción de los ismos, la voladura de ejes cronológicos y bastidores en épocas líquidas como posmodernas. Es un sinsentido la frontera. 

IV.

Languidece un domingo estival. Cesa el calor con el atardecer. Se riegan plantas, se renuncia a los crucigramas. Toma posesión la nostalgia. Pienso que tan solo queda una semana para el año nuevo, el retorno a los ciclos y sus horarios. Y sin propósitos algunos, vaya. Pero también pienso en los veranos, en los de mi espalda y los venideros. Cada vez más solitarios con respecto al pasado, siguen siendo un simulacro del Tombuctú que imaginaba el poeta errante de la novela de Paul Auster. Salvando las distancias se parece a un subterfugio, un oasis en mitad de la vorágine masiva de la mundanidad. Un lugar donde el tiempo se desnuda de sus agujas y es eternidad, donde el ser no se imposta acorde al dictamen del lenguaje oficial. Recuerdo buenos veranos, algunos eternos que prometían ser el instante del fugitivo. Es como ese ejercicio de nostalgia de Mr Bones, una nostalgia donde uno se adentra al mundo de los muertos (vivientes). Evoco ese verano con un amigo extinto pescando, el otro a orillas de Las Canteras con mis abuelos leyendo revistas. El otro con las avispas en la Selva Negra y mi abuela muerta de miedo diciéndome "no te rías" y reír ambos a mandíbula batiente. O aquél otro donde devoraba libros en solitario (como ahora), daba mis brazadas en una piscina y un día como hoy (lo recuerdo porque era el aniversario de Julio Cortázar), me perdía por la costa catalana. Es curioso cómo la casualidad (lo siento Paul Auster, sé que no eres devoto de la casualidad) juega con uno. Porque era ponerme música Nu-Jazz de SaiB y saltar esa escena de aquella película que vi precisamente aquel año y volví a ver en su verano: El jardín de las palabras, de Makoto Shinkai. Y cómo, además, el filme se situaba en un verano. El mismo que recuerdo ahora, antes del año nuevo; del verano perdido. 






Comentarios

Entradas populares