Balada de otoño


"Las tardes parecen como navidades", sentencia la mujer de la limpieza mientras ando absorto corrigiendo exámenes. Advierte por el rostro desencajado y expiro de vocales sueltas mi inopia y continúa, matizando "quiero decir, que con la oscuridad y las luces se parece a la época de navidades". Acierto a entender y asiento, confirmo su razón de manera risueña. Pero me gustó su impresión poética, desentrañando la melancolía huérfana en esos precisos instantes. De pronto me ví distraído y olvidé al despiadado Antiguo Régimen, al jornalero exento de ángel de la guardia, la bien sentida rebeldía de los lectores de obras ilustradas cuyo fin era subsanar la avería de la Historia. Pensé en el frío que percibo por las mañanas, en el vendedor de castañas que romperá el hechizo que padecen los calendarios, una vorágine de rumores y gritos, codazos, alaridos, paraguas, abrigos ocupando como un imperio los andamios de las tiendas de mi ciudad. El alumbrado, simulando naranjos en flor, los cánticos, las felicitaciones, la duda de mi padre al otro lado del auricular sobre si pondré o no un árbol de navidad y el Belén para la sobrina que viene de Alemania a cenar a casa, como una emigrante anunciada por el turrón El Almendro. Y que sí, que pese al gato que, subversivamente, arrancará bolas doradas y no dejará pastor o Rey Mago vivo, diseñaré para contento de terceros mi casa a partir del día 22 de diciembre. O el 23, mejor. 

Empero, el reloj se desviste, se camufla de otoño y a estas horas, llueve. Parece lejano la advertencia de las fiestas navideñas mientras llueve una canción de Serrat que percibía en la parada de guagua, saliendo del centro de trabajo, a oscuras. Pienso en el latir del tiempo, en la pérdida por estas fechas de los sonetos vivos de Miguel Hernández que fue burlado por Rafael Alberti y Federico García Lorca (por ser un poeta menor, pastor y humilde autodidacta), en el sepulto de la voz tan necesaria como era la de Manuel Vázquez-Montalbán. Presupongo un dolor que fumo mientras espero a la 25 que me traslade al Mercado, la soledad del hogar, los deberes impostados, los titulares arrugados como radiofónicos de la mañana bajo la ducha. Pienso en un atardecer caduco y en las horas donde camuflaré el bien sentido sinsentido escribiendo o leyendo en mi vera y que antes tendría que pasar por el estanco para rellenar la tabaquera. Pero llueve detrás de los cristales con esa balada de otoño de Joan Manuel Serrat, banda sonora de un día tan anónimo como el indigente que me pregunta: ¿Cómo es? Y respondo: 'Despacito'. La nostalgia se anida, fumando. Y pienso que sí, que las tardes parecen como navidades, esas cuya vigencia andan bajo una tenue luz de ternura. El recuerdo de los abuelos, su aroma, las cocinas como centro neurálgico de la existencia; la rebeldía encendida como una hoguera bajo mi pecho en esas tardes que parecen como navidades. La búsqueda a oscuras de lecturas, los tedioso deseos que nunca se dejaron cumplir, los versos de Cernuda, Miguel Hernández, Luis García Montero. La ilusión, la magia -ahora truncada- del deseo encendido con conversaciones en la cocina, el amor labrado de sentir, la cándida enseñanza risueña de la palabra a un ser que es y será inexistente. Estos días, tan inflados de lluvia, eran en otras épocas un miembro somático ahora extinto como el despertar que descongelaba la escarcha. Nostálgico percibo la lluvia y me pregunto sobre el absurdo silencio y cómo es posible que no sea el sauce de Antonio Machado, que me despierte todas las mañanas desayunando con el transistor encendido y ría con esos locos bajitos todos los días y se pierda, esa risa, como signos móviles de imprenta, en una balada de otoño.



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