Malditos domingos


Malditos y benditos domingos. Todavía con la sobria resaca de la última película de David Trueba y la lectura de los cuentos de Chimamanda Ngozi Adichie que levitan sobre la mesa de noche, el cuerpo se incorpora sin lamentos. La duda, empero, sobresalta al espectador. ¿Me he quedado dormido? Se percibe el silencio y la tibia luz del sol entre los costados de ese local que permanece abierto las 24 horas que es -nada más y nada menos- el solitario hogar. No, se rectifica el habitante, es un maldito y bendito domingo. Esos en los cuales se permanece todo el día en pijama, observa la cafetera italiana asfixiarse desprendiendo el aroma que invade la estancia mientras suena una canción de Morgan; donde la lectura se estanca en los diarios matinales como virtuales y padecen de la nostalgia cuyo vientre se reserva a digerir la pérdida, el olvido que -según el poeta Escandar Algeet- es una herida en la que nadie sangra. Anhela ser parte de ese juego entre Fernando Ramallo y Lucía Jiménez, la continuación de las cosas que en estos veinte años han desaparecido: cabinas de teléfono,  los cassettes, el VHS, los mapas de carreteras, los buzones de correos, las agendas de teléfono; el amor. 

La última película de David Trueba son como sus libros, un filme muy literario, humilde, de road-movie de dos personas que se encuentran cerca de los cuarenta en el Wisconsin español. Y me dejó abatido en la reflexión porque, a mis treinta y cinco, ya estoy a nada de estar con ellos. De hecho, los veo envejecidos en la pantalla desde que vi La buena vida o Krámpack. Igual que si continúas viendo Cuéntame cómo pasó o escuchas a tus amigos en el bar una noche de viernes refugiado por la primera oleada de lluvias que destroza tu pequeño huerto de albahacas. Es el símil del reflejo cada mañana de tu existencia en el baño mientras escuchas a Pepa Bueno en la radio. Y lo peor de todo es lo que decía certeramente Lucía Jiménez en el filme: "hay un día donde no te quedan fuerzas para leer lo que escriben de ti, para contradecirles, pelearte". Porque parece que los otros quieren que seas otra persona, según su cosmovisión o idea; se convierten en verbos impositivos porque, según ellos, hay edades o etapas donde debes renunciar a tus ideales o manera de vivir. Los otros nunca hacen autocrítica, una evaluación de sí mismos sino de los demás. Y llega ese instante donde -como a Lucía Jiménez- una guitarra puede llegar a juzgarte y pierdes el aliento. 

En estos malditos y benditos domingos sabes que nada alterará el orden habitado por el tiempo. Haces tu colada, limpias la casa, juegas con el gato, preparas el almuerzo mientras tomas un sorbo de vino tinto; tomarás la siesta y empezarás a trabajar en asuntos que el lunes exige antes de su horario laboral. Empero, no se puede empeñar los elementos que configuran la existencia de uno o traicionarse a uno mismo por la imposición de las agujas del reloj. Todavía me entusiasma la lectura hasta tener columnas de libros por toda la casa, cantar en silencio con la compañía de la guitarra, viajar en solitario, cocinar entre fogones, escribir en este blog (in)mundo para mí mismo, en los cuadernos; el cine, mis propias ideas. No, no puedo renunciar a todas estas cosas que me hacen sobrevivir un maldito y bendito domingo.





Comentarios

Entradas populares