El elefante



Hoy no ha sonado el despertador. De no ser por la llamada de la mujer de la limpieza no hubiera podido sacudir el sueño y erguirme, dar los primeros pasos del día. Atrás dejo la lectura de 'Las Especias' del historiador australiano Jack Turner y lo que prosigue es un tour de forcé: vestirme, abrir la puerta, dar leves indicaciones, asearme rápidamente, despedirme; contemplar el ajetreado tráfico, pillar la guagua; llegar al aula con diez minutos de retraso. Impartir clases, comunicar decisiones, tomar acta, un café. Despedirme. Ir a casa, sacar la basura, tabaco; ir al mercado. Café sin moler, pan, cilantro, perejil, papas. Pasar por el supermercado: detergente, bolsas de basura. Ir a casa. Salir. Pagar  la factura de la luz. Llegar a casa. Preparar la comida, ver el reloj. Desplomarme sobre el sofá. 

Y es aquí, en la cruzada del día, donde contemplo abatido los libros frente al sofá. Ahí los poemas de Wislawa Szymborzka, las novelas de Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina; Luis García Montero, Chimamanda Ngozi Adichie, Wolfgang Borchert, Naguib Mahfuz son algunos autores que empiezan a crear un ciclón de recuerdos cuando de pronto me quedo observando las pequeñas figuras de elefantes. Curiosamente, durante el presente año, allí donde he viajado me han regalado u obsequiado por la voluntad diminutas figuras de elefantes y una de mis pulseras lleva la figura del elefante. Pienso en casualidades, en la figura del elefante. Es un animal que siempre me ha parecido simpático, silente, tranquilo (recuerdos de Babar, el elefante). Según muchas culturas representa la sabiduría (seguramente por su conducta y piel arrugada, ceniza) y otros creen que representa también la longevidad, la suerte, la absoluta bondad. Empero, recordé, además, el 'Viaje del elefante', de José Saramago y pensé en la muerte, en la soledad. En cuanto los elefantes saben que se avecina el fin abandonan la manada y, solitarios, buscan un lugar para perecer ajenos a la liturgia y el recuerdo. 

No soy muy supersticioso aunque a ratos juego con esas ideas y pensé que es curioso que en este año se me haya presentado el elefante de manera tan insistente y sin previo aviso, sea paseando por la vieja Florencia a solas en un dorado atardecer o abriendo apetito con los amigos en la plaza Santa Ana de Madrid. Pero lo que es cierto es que me siento como un elefante. No quiero decir que más sabio pero sí cansado, abatido, aislado que quizá emprenda ese último viaje. Hay noches o mañanas que me pregunto entre sábanas qué puñetas hago yo aquí. Siempre me envuelve la percepción de haber vivido lo que he tenido que vivir, estoy satisfecho. ¿Para qué prolongar? Total, los seres humanos siguen siendo los mismos de siempre -cosa que desagrada-, tu presencia parece serles a todos indiferentes o incómoda, la rutina te esclaviza, los sueños o aspiraciones se evaporan. En suma, eres prescindible. Es terroríficamente muy similar al personaje del 'Libro del desasosiego', de Fernando Pessoa y uno sobrevive como un anormal leyendo libros, viendo películas o tocando la guitarra como hace Tinariwen, en pleno desierto. Parece ser que el elefante ha emprendido su última andadura. 



Comentarios

Entradas populares