Márgenes



Lo había perdido todo:
amor, familia, bienes, esperanzas.
Y se decía casi sin tristeza:
¿no es hermoso, por fin, vivir sin miedo?

- Ángel González, 'Ambigüedad de la catástrofe', en su poemario "Nada grave", 2008.


Me desperté descansado con los libros de Piotr Krotopkin y León Tolstói abierto de bruces a un costado de la cama. Percibía el vértigo del día -todavía por desgastarse- desde el desayuno pero con la misma calma que pronostican los calendarios: contemplar el amanecer del día en mi breve paseo hacia la parada de guaguas, impartir clases sobre revoluciones que nadie sentiría suyas en momentos tan delicados, informar sobre informes, tomar el segundo café matutino en una soleada terraza cercana al centro; calcular, además, la consulta médica y la posterior como prolongada obra en mi casa que terminó hace una hora. 

Al final del día conservas migajas de conversaciones cruzadas, como las que quedan sobre la mesa tras el almuerzo. Se asimilan, además, a los márgenes de los libros que siempre he presentido como el lugar idóneo para señalar o rellenar reflexiones. Supongo que para eso se crearon, no por mera estética. Pero, ¿qué anotaste en esas explanadas existenciales? Para empezar, no se procedió a indicar una señal de auto-stop, tan común en los mortales. Es más, se convence uno de un camino solitario, autónomo fortalecido en la idea de la levedad del ser kunderiano o, si se quiere, kafkiano, frishiano. Continuar con un sendero desértico hacia un ignoto lugar como pudiera ser Comala. Es decir- para aclarar a quienes no han leído a Juan Rulfo- un lugar donde convivir con los muertos. En suma, la literatura. Pero también indico en mis márgenes de este road-movie la prevalencia de la nostalgia como la simetría perfecta de la existencia. Poseer la saudade atrincherada en mi pecho, el lloro metafórico de mi antigua casa, la cosmogónica retahíla de pérdidas, su etapas cíclicas. Como cantaba Kevin Johansen, al final, por no reír, uno llora todas las despedidas. Empero, como un poema de Ángel González o una canción de Travis uno requiere de esa nostalgia, de esos fados -que escucharé este puente si nada me lo impide en Lisboa- para sobrevivir como el poeta errante y cuyo nombre todo el mundo desconoce. 

Los márgenes, las migajas, a fin de cuentas, están hechas para orientarse bajo las estrellas o leer adecuadamente la cartografía de nuestros días. Quizás no le demos importancia, los mantenemos limpios, impolutos con una omnipresente y orgullosa ignorancia o bien barriéndolas de superficie. Sin embargo, quien lee y reflexiona sobre ellas puede guiarse, abrir brechas y senderos insospechados. Son quizás la pieza de un puzzle, el punto de unión, el trazo de una línea que aventure la fuga de escape de un lisiado mundo. En mi caso concreto pienso que se asocia y encaja muy bien con un sueño que tuve hace unos días. Resulta que me encontraba-en el sueño, dormitando con una chica. Pero me sentía incómodo, sin apego. No quería ni tocarla. En el mundo onírico parecía que estaba casado con ella y padecía de una gran angustia. Al despertarme noté alivio y pensé que qué horrible debe ser estar con alguien por la fuerza o sin sentir complicidad alguna. Así que pensé que qué bien estar como estoy, libre, sin miedos. Como aquél poema de Ángel González, como lo indicado en los márgenes de mi existencia. En suma, pese a todo, se sobrevive. 


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