Nada es azar



 "En el mundo todo es señal, amigo mío. Nada es azar."

- Antonio Buero Vallejo, en "La señal que se espera", 1952. 


¿Tendría razón el viejo amigo Julián? Al igual que Paul Auster, Buero Vallejo no simpatizaba con la idea de que el azar, el caos, el acontecimiento sin planteamiento, imperara en nuestras vidas. No había grieta alguna para la huída que pudiera cantar Pucho con su Vetusta Morla. Según ellos, como Dostoviesky, Tolstoi o Vázquez-Montalbán y una enorme retahíla que desembocaría hasta en épocas de Ovidio, estamos sujetos como marionetas a unos hilos, aquellos que emanan de nuestra sociedad. Y la mala como la buena suerte depende de cómo lo interpretemos, si igual de bien o mal. En suma, no hay escapatoria, grieta alguna. Como suelo decir, recordaban los máximos representantes del Siglo de Oro y versaba Antonio Vega: "cada uno en su papel". Sorbo. 

Hoy en día muchos coach trainer y medios de comunicación lo denominan para almidonar nuestras existencias como zona de confort. En otras palabras es el refugio, su papel interpretativo asignado. Salir de él es como cruzar Finisterre y hallarte en un océano de feroces bestias, hambruna y peligro de padecer el escorbuto. Y como el miedo o el temor no son halago alguno y se intenta de borrar como elenco inapropiado de la vida, te redirigen a placeres más reconfortantes y seguros: un viaje contratado por Booking, una cena en un restaurante muy in en tu ciudad, practicar el yoga, creer en mantras, dibujar mandalas, consumir, ir al gimnasio, seguir una vida recta y aceptada por todos; cásate, presenta a tu pareja en sociedad, ten hijos, un trabajo estable, sé creativo, super guay de la muerte. Pero eso sí, no salgas de tu zona de confort. Interpreta tu papel. Sorbo.

Ahora, en su época y esplendor, llegan los adornos de navidad, sus regalos, las sonrisas, los discursos del rey de bastos y sus secuaces, las notificaciones masivas de felicitaciones insulsas del wassap. En esos momentos que uno está ajetreado en la cocina de la Deliciosa Martha, ofuscado y ajeno al mundo para que la cena familiar sea un éxito, se le viene en mente esa frase de Don Draper: "A mí me gusta la Navidad pero no ésta Navidad". Alberga la frase del protagonista de Mad Men una certidumbre dickensiana con dosis marxistas donde la idea radica en que ese milagro -porque se da pocas veces- del mensaje mesiánico se da en otras épocas de nuestras existencias y rara vez. Ahora, lo que padecemos estos días es puro carnaval, baile de máscaras, consumismo y más tener que ser, (Haben statt Sein) como articulaba Erich Fromm. Y sí, no sé si Antonio Buero Vallejo llegó a leer los libros prohibidos en épocas del franquismo pero acertó con esa frase lapidaria. Hoy en día, todas estas señales indican un filme de terror, la espera de la catarsis. Mientras, uno se sienta tras la cena de navidad abatido y con los invitados ya exiliados en la mesa roída por manchas y migas de pan. El árbol parpadea luces junto con las velas en una estancia abatida por la oscuridad. El espíritu de Pessoa se abre un 100 Pipers y brinda, con hielo,  por la salud del esperpento y la navidad ensangrentada por Herodes. Sorbo. 

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