Lachrimae Caravaggio


"Recurre a lo que sabes:
 pues cuanto más perfecto es una cosa
 más siente el bien, y el dolor de igual modo"

 Canto VI, en La Divina Comedia, de Dante Alighieri. 



Dormitan tras las barricadas de la desmemoria las verdades ocultas que tapizó Aracne. Los dioses atemporales, caprichosos e iracundos, no se limitan a censurar las ilícitas escenas que desacreditan sus estatus, sino que más allá, condenan a quienes hilan la verdad al desnudo. Hoy como ayer, Minerva y sus secuaces -miembros todos ellos de la Jet-set, del alto establishment- conservan el mecenazgo heredado de la trashumancia de los siglos. Bien trajeados, ajeno a los tratados dantescos que conservan su vigencia, vilipendian, afanan y disecan a los peatones ahistóricos. Tumultuosos cronómetros, terribles gracejos y cánticos que trasnochan en estéreo, roncos, constatan su rechazo, reafirman el orden milenario. 

Los tiempos de Micheangelo Merisi da Caravaggio distan en muchos aspectos de los enclaustrados en el término presente. Sin embargo, hay patronos, paramnesias de carne y hueso apoltronados en todas las esquinas de nuestra ciudad. Tiempos tenebrosos, de dramático claroscuro, de dolor que extasía a una olvidada Santa Teresa y que la televisión cumple por embellecer en lo más grotesco y risorio que podría dar la parrilla de la desmemoria. Caravaggio, hombre de su tiempo, exprimió la verdad, la luz cuyas ráfagas envueltas en cuerpos cincelados en mortandad y tiempo, asaltaban las desnudas, ignorantes paredes del presente. Exhibía sus cinco sentidos, los sentidos más honestos, sus sueños, sus temores, sus virtudes...Pero todas manchadas por vivencias, por dagas contrapuestas, por maldiciones y que se vislumbraban en todo cuadro: enfermedad, muerte, traición. Hoy día, no hay Caravaggios. Se suple el dolor y se etiqueta como enfermedad. Se roba, se miente, se traiciona, se desata el bestiario y se rinde tributo a la sesuda realidad. Se crean bustos de triunfo en los espejos, en microfrases faltos de sinalefa, se danzan bailes de máscaras sobre los calendarios. Se copia y se pega, se imita y se censura, pactan con los dioses. Río abajo, llevan relojes. Sueñan prospectos de Ikea, ríen al vacío, por real decreto.  Pero nadie pinta como Caravaggio. Nadie huye, nadie se detiene y percibe la música del pasado, lee y rastrea la luz, nadie. Nadie. 





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