Porto (2016)


Si las almas perduran desde la eternidad, ¿cómo las puede contener el aire?

- Marco Aurelio, en sus "Meditaciones", Libro IV.


Se agita el ambiente con un embriagador Shake it baby en la voz de John Lee Hooker mientras la cámara rueda con parsimonia el hallazgo del cruce de miradas. Las figuras ubicadas como  atrezzo en un café extraído de una cinta de Jean Luc Godard posan absortos en sus diminutos mundos pero para esas dos almas, exiliadas en una ciudad como Oporto, cuelgan en una tensión que el destino titula como una declaración de principios en sus individuales desencantos cósmicos, como una huída que no precisa de una premeditada como calculada reflexión aupadas en maderámenes de rebajas. Lentamente, un hombre con cazadora a cuadros, semejante a un personaje que padeció más de 400 golpes o vagaba por oscuros nidos de ratas configurados por Elia Kazan, se levanta de una diminuta mesa y, con un andar torcido, dubitativo, se acerca a la mesa de una mujer que sostiene un cigarrillo, a la par que una seductora sonrisa. Evitando el surgimiento tormentoso de tópicos, Mati (prometedora Lucie Lucas) le pregunta al extraño Jake Kleeman (excelente Anton Yelchin, actor que falleció prematuramente el año pasado), de huir hacia la oscuridad de la ciudad para revelar una instantánea capaz de tatuarse y convertirse en un recuerdo como cartucho ante el olvido y la desesperación que les surgirá posteriormente. 

Mati y Jake, en el filme "Porto". 
El filme del crítico y director de cine brasileño Gabe Klinger, "Porto" (2016), es una encuadernación de aquellos destellos que brinda la vida y se conservan como recuerdos vitales en los individuos que huyen de una existencia ordenada como insípida. A modo de un pastiche cinematográfico apoteósico, Klinger relata con una narrativa propia de la ópera punk -en tres capítulos que hilados entre sí se distan, como la memoria, individuales- la historia de un encuentro de amor pasional entre dos apátridas como son Mati y Jake en la ciudad portuguesa de Oporto. No es de extrañar la presencia de la noche y las azuladas trilladoras del amanecer y atardecer teniendo a -nada más y nada menos- que Jim Jarmusch como productor ejecutivo de este filme que destila elementos de la nouvelle vague por todos los poros. Por ende, es gracias al uso de sendos formatos cinematográficos como la Super 8, 35 y 16 milímetros, respectivamente por la cual se mima la estética que toma una mayor relevancia que un guión que aparentemente suena banal. La textura como iluminación de la cinta conforma una  auténtica paleta que sirve como alegoría y declaración de amor por el cine en celuloide. Las panorámicas establecidas en los focos de la intimidad, el formato 4:3 para incluir en la cinta la ciudad y sus nimios elementos como partícipe de la memoria y de la historia, permiten simular el recuerdo y el instante de dos almas como un acontecimiento culminante y deja a los personajes secundarios en el limes de la indiferencia del espectador. La naturalidad en la cual se conservan las escenas de sexo apasionado y el lenguaje corporal de los personajes envueltos en esta historia son otro logro que aumentan el mérito de Klinge al narrar esta historia romántica que toca con las yemas de los dedos la realidad codeada de quien se adentra en esta película. 

El primer encuentro de Mati y Jake
Resulta igual de confortable la lectura del guión, también escrito por Gabe Klinger junto con Larry Gross. Es decir, el personaje de Jake Kleeman y Mati Vargnier, dos almas perdidas en una ciudad extraña y diminuta en el mapa de sus existencias. El primero un trasnochado e introvertido chico que sobrevive con lecturas y la compañía de su perro ante la amenaza de ser engullido en todo momento por la  ciudad y sus sombras. Mientras, Mati es una chica que, a diferencia de Jake, sigue los cánones establecidos por la sociedad posmoderna. La zona, el instante de pocas horas en las cuales se envolverán ambas almas, es una escapada pero con pasaje de vuelta. Saben, sin querer saberlo, que será un instante donde el amor se declarará como pasional, como un fenómeno natural que no es digna de poseer raciocinio, siquiera argumentación o explicación alguna. Es un sentir que no se construye y se tilda de locura. Empero, sin que menten lo seguro, una vez de vuelta al día posterior tendrán que separarse de manera violenta por la arquitectura de los cuerpos cuya existencia da cabida a una sociedad reacia a los sentidos y simpatizante como apólogo de la sociedad vacua pero políticamente correcta, insulsa. 

Y sin embargo, mientras las teclas de un piano simulan la lluvia como metáfora del sentir interno, una Mati -que en apariencia lo tiene todo- sostiene un paraguas rojo y se planta como una tacha frente a un escaparate. Adentra la mirada que recoge una cámara desde el interior. Vislumbra, tras años, ese instante que dio -quizá- cierto sentido a su existencia o que comulgó, al menos, con otro ser. El suspiro es un recuerdo. 




Ficha técnica: 

Título: Porto
Año: 2016
País: Portugal
Director: Gabe Klinger
Guión: Larry Gross, Gabe Klinger
Música: Emahoy Tsegué, Maryam Guèbrou (+tema de John Lee Hooker)
Fotografía: Wyatt Garfield
Reparto: Anton Yelchin, Lucie Lucas, Paulo Clarté, Chantal Ackerman, Françoise Lebrun
Productora: Coproducción Portugal-Francia-USA; Bando à Parte / Gladys Glover / Double Play Films

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