Driftwood


"Nobody is an island;
Everyone has to go.
Pillars turn to butter;
Butterflying low.
Low is where your heart is,
But your heart has to grow! Drifting under bridges, Never with the flow...And you really didn't think it would happen,
But it really is the end of the line.
So I'm sorry that you turned to driftwood!
But you've been drifting for a long, long time."
- Travis, "Driftwood"


En muchas ocasiones nos despertamos con un sueño atravesado sobre el pecho. Incapaz, además, de ceder en su latir, habita durante todo el día con nosotros. Pese a apuntarlo en la libreta, se desprende y se adhiere a nuestros pasos, te persigue, te zarandea alegremente, da saltos cual un sileno a tu alrededor. El sueño que me importunaba este domingo de tiempo nublado y lluvia (pobre ropa recién colgada) era el siguiente. Aunque algo brumoso por los saltos propios del mundo onírico, reconocí verme de viaje con una chica de mi edad. Parecía que en el sueño éramos una pareja que viajábamos en trenes y aviones rumbo a una costa luminosa. En un momento dado bajamos y nos hospedamos en una casa rural. La chica parecía cada vez más triste, intuía una preocupación que no interrogué. Entonces me confiesa: "Deberías de dejar de ir de isla en isla. Además, bebes demasiado". Entendí en el sueño que el viaje había acabado, que no se podía progresar. Asentí y me asaltaron ganas de llorar. No sabía, además, si me iba a dejar. Bajamos a la recepción de la casa rural y preguntábamos sobre actividades que se podrían realizar en la zona. Sacó un catálogo e inspeccioné: tenían sesiones de yoga, senderismo, trekking, mountain bike y una larga retahíla. Pero no había libros ni biblioteca y en el pueblo tampoco había librería. Sonreí abatido y pregunté cómo era posible que no tuvieran libros, que era una actividad igual de saludable y lo único que me llamaba la atención para poder permanecer en aquél lugar. En ese momento me sentí desalentado pero sin caer en una tristeza absoluta. Como derrotado sabiéndose abatido. Pensé para mis adentros que habría que buscarle solución a este problema. Y en ese momento la chica me aprieta la mano y me sonríe. Comienza a hablar con la recepcionista y deduzco que la chica es andaluza y me asombro igualmente en el sueño. Después veo un intenso atardecer con sombras y un cielo azul tras unas arboledas. 

A estas horas del domingo sigo sin entender muy bien el sueño. Intuyo que la chica sería mi voz del inconsciente y dudo si es un episodio del pasado que salió a flote -una etapa que había que clausurar- o si es el deseo de dar un cambio radical en mi vida, tantas veces postergado o truncado. Lo cierto es que el sueño continuaba zarandeándome como un niño inquieto y me puse nostálgico. Entre sendas tareas apareció una canción de Travis de la época donde, junto con The Verve, Radiohead, Oasis o Björk, el mundo bajo mis cascos parecía una paleta preciosa de colores, todo era posible. Más o menos como la canción que hizo que el sueño se desvaneciera con una sonrisa, como los vivos y los muertos, las ciudades, las décadas y sus siglos. Como los propios sueños y las eternas pesadillas; como un tronco a la deriva. 


  

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