Las listas y los demás días


Son días de asalto de hemerotecas, de guiones caducados, calendarios al borde de la psicosis. Más que días, es una semana de retrospectiva colectiva como individual donde la crítica alberga más piedad mesiánica que aliento vengativo puesto en un crudo asador; aparenta el pasado tener una función temporal y desechable: sólo importa su envoltura para hallar un miligramo de verdad subjetiva para construir futuros gloriosos, eternos y de magnitudes incalculables. Esos son los propósitos, los que vencen a la Historia. ¿Cuándo vencerá la Historia al futuro? ¿Acaso no triunfó? Aquí aparece el silente olvido. Pero mejor no divagar en el tiempo pretérito e inocente, en el aroma del tiempo de Byung-Chul Han porque también son días -o es la semana- donde hacen aparición con mayor abundancia las listas de cualquier asunto enaltecidos como canon en los medios de comunicación: las mejores fotos, películas, canciones, frases, eventos, noticias que recordar. Se percibe cierto temor ante el dogma orwelliano

Sin embargo, las listas tienen su razón de ser. Al menos a mí me son de gran utilidad las listas del mercado, del menú semanal que cincelo en la pizarra de la cocina, en la agenda del trabajo, en el Spotify. Las listas establecen un marco casi constitucional, un portulano propicio para la navegación anual y evitar posibles naufragios. Confieso que entre tantas listas también tengo una de las lecturas realizadas o las películas visionadas durante un año que indico en una pequeña libreta Moleskine. Principalmente me sirve como un registro y aliciente, nunca como una meta de superación dado que concibo la contemplación del arte mejor sin forzar la maquinaria del tiempo. Es como un parte meteorológico de mi existencia. Ahora, revisando los libros leídos (25), los filmes contemplados (154) , recuerdo incluso los instantes en los cuales se produjeron y me fascina el aroma del tiempo donde a veces aparecen tan recientes y otras que incluso ubicaría en postrimerías mayores. Pero en todas ellas también percibo la sosegada y tierna sonrisa, el llanto, la profunda reflexión sísmica, la carcajada a mandíbula batiente, el temor. Hacer un rango o exposición de todas ellas no tiene sentido para el soliloquio. Empero, me asaltó una escena de un documental que vi precisamente este año, Los demás días, de Carlos Agulló. La referida escena es de un enfermo terminal, abatido, dolido, envuelto entre columnas de apilados libros y más estanterías infladas de libros. Cabizbajo no sabe cómo continuar sabiendo que su final está cerca. El asistente de cuidados paliativos contempla la estancia y surge un breve diálogo: 

-A usted, por lo que se ve, le gusta la lectura. ¿Por qué no continúa? Tendrá mucho que leer aún. 
-Para qué -dice con una tierna sonrisa, observa también el salón.-Algo tengo todavía por leer, pero para qué si ya no me queda nada. 
-Pues para lo que ha seguido haciendo durante toda su vida. ¿Para qué dejar de hacer algo que le gusta? El sentido de la vida es hacer lo que a uno le guste, eso es lo importante. 

Claro que el diálogo no lo recuerdo literalmente pero más o menos así lo contemplé en la pantalla de mi salón. Y me impactó. Fue un documental que verdaderamente me emocionó. Al igual que las lecturas de Paul Auster, Dostoievski, Leon Tolstoi, Peter Handke, Carmen Martín Gaite, McCarthy, Murakami, los filmes de Ozu, Michael Haneke, Uberto Pasolini, Nicholas Ray, Léa Mysus, Robert Bresson y una larga retahíla. Y no olvidemos los huevos, el pan, el queso semicurado, la pimienta de cinco bayas, el lomo de salmón, la calabaza, zanahorias y el rúcula; ni a Miles Davis, Art Blakey, Quique González, Yemen Blues, Lucio Dalla, Camané, Marvin Gaye, Joaquín Sabina o Kevin Johansen. Porque en suma, las listas son los demás días de nuestra existencia. 

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