Amable desarme del yo

 

Kafka emprende una interpretación interesante del mito en su críptico relato "Prometeo": "Los dioses se cansaron; se cansaron las águilas; la herida se cerró de cansancio". Kafka imagina aquí un cansancio curativo, un cansancio que no abre heridas, sino que las cierra. La herida se cerró de cansancio. [..] Tal cansancio no resulta de un rearme desenfrenado, sino de un amable desarme del yo

- Byung-Chul Han, en "La sociedad del cansancio" (ed. Herder, 2015). 


Volviendo del centro de arte "La Regenta" -serían las seis y media de una tarde apacible, apacible como si lo dijera Tyron Power frente a Charles Laughton en el film "Testigo de cargo"- crucé aquella calle. Una calle cuya esencia y función se vio enajenada para convertirse en un océano de terrazas rebosantes de rostros sonrojados, jolgorio, risas, discursos cuyo nivel de decibelios sobrepasaba el umbral de la indiferencia. Pero en un mundo donde orbita la pandemia y todavía meditando sobre la exposición que había visitado, me fijé en dos chicas jóvenes -vestidas como si fueran a una discoteca posteriormente, con tacones de aguja- que se hallaban frente a una palmera, sin mascarillas, maquilladas. Una de ellas le indicaba a la otra la pose, su reflejo, cómo debería dejarse caer el flequillo. De hecho, la supuesta fotógrafa se acercó y moduló su cabello para, seguidamente, efectuar la instantánea con su móvil. Me imagino, ya a varios metros de distancia, que esa o varias de esas fotos se publicarían ipso facto en sus respectivas cuentas de Instagram o Facebook. Narciso, pensé. Narciso. 

No solamente pensé en aquél mito y carácter propio de nuestra sociedad y que aparecía reflejado en la fotografía de la artista belga Elke Andreas Boon, sino también en la palpable sociedad individualista de (im)posible autosuficiencia y que padecía un multitasking existencial. Pensé incluso en la ausencia de las fronteras entre el espacio público y la sala de exposición donde se reunían, bajo el título de "Amable desarme del yo" (homónimo concepto empleado por Byung Chul-Han en su obra "La sociedad del cansancio"), obras que se hallaban en duelo con el leitmotiv de Paul Klee: "El arte no reproduce lo visible; hace visible"



La serie fotográfica "Fana", de Jorge Cembranos, por ejemplo, dejaba bien clara la aniquilación de uno mismo (o su necesidad de desarme del yo) rompiendo los espejos de una identidad narcisista. Empero, ¿qué identidad es verdaderamente real? ¿No sería la ficción una identidad en sí? ¿Volver, ante la oscuridad presentada, a Aristóteles? El grupo francés Bureau d'Etudes mostraba un mapping de la economía del yo donde, como es sabido, toda identidad o ser es engullido por el capitalismo sin escrúpulos, sin piedad y sin importar creencia, estatus social, ideología, salud o gustos que conforman un ser. Asalta la pregunta sin miramientos: ¿existe algún recóndito rincón donde la libertad no sea devorada? ¿Quizás una identidad propia, imposible de ser captada, modulada, registrada? ¿Una identidad, un yo cuya dimensión no sea un código de barras? 

Los signos de interrogación domeñaban los pasos del furtivo visitante, rondaban con voluntad de transmutarse en exclamaciones, advertir sobre la figura de Bartleby y su desenlace. No hay afán en exponer o determinar un asunto tan trillado como es el perfil de esta sociedad posmoderna que navega a la deriva. Aunque con el tiempo en suspenso, eso sí, reparar en las luces intermitentes, el silencio y convidar a desarmarse como lo propone Byung Chul-Han. 


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