Bienvenido, don Berlanga
El día se ha levantado consternado y quedo. Un gélido azote en el horizonte congela las almas de las poblaciones de Villar del Río y Calabuch. También esta voz en off que simula un tono sereno y peculiar de las películas esmaltadas con tonos blancos y negros reconoce sentirse cercano al declive; sin embargo, hace el ímprobo esfuerzo por sostener la claridad y firmeza que merece una noticia como la que nos atañe en el día de hoy a los berlanguianos.
Vean en su imaginario los rostros despiertos de esas tiernas poblaciones que pinceló Luis García Berlanga. Por ahí se acerca don Pablo, el alcalde de Villa del Río. Anda con la mirada hundida y una sordidez que no incita alegría alguna. También el representante de la (des)obediencia de Calabuch, el guardia don Matías, arricona su socarrona gracia. Con pesadumbre le indica a don Pablo su asiento ante la grada que se ha instalado en plena plaza de la memoria. Hoy hasta olvida advertir que el Langosta emita un tono afligido de su trompeta. Las primeras despedidas recorren las mejillas de estos vivos personajes. El reconocido profesor Hamilton, la doña Paquita que busca un milagro como esos hallados los jueves, el bueno de Plácido y Julián que perseguían a don Gabino, sí, ese que ven ahí resistiendo con acidez las lágrimas, en días tan estremecedores como eran esas navidades de una España grisácea en la cual el mejor regalo no era un iPhone, sino una tabla de turrón sin lacasitos ni chocolate, una simple tabla de turrón. El Brigada Castro y la vaquilla también han tomado asiento, han levantado sus cejas e inclinado la mirada perdida junto a José Luís que al final tuvo que seguir la tradición insistida por don Amadeo para convertirse en el verdugo de una respiración.
Berlanga recibe la bienvenida de sus personajes. |
Justamente una respiración se ha apagado y la lúgubre grada no tantea palabra. Vaya, parece ser que alguien se acerca al palco. Sí, es el joven barbudo que viste una camiseta del Verdugo. ¿Qué le estará susurrando al oído a don Mateo? Parece estar conforme con las pretensiones de este desconocido que se acerca al micrófono de la tarima. Oigamos, por tanto, lo que nos quiere decir en tal día como hoy:
"Queridos ciudadanos de Villar del Río y Calabuch, queridos berlanguianos, queridos cinéfilos, queridos míos.
Como desconocido vuestro que soy, quisiera no prometerles nada ni sollozar aplomos sobre esta despedida. Como todos sabrán, Luis García Berlanga fue y es uno de los grandes directores del cine español..."
-¡Y mundial!- interrumpe el alcalde de Villar del Río con el dedo índice clavando al cielo.
"...y mundial, cierto. Su cine se caracterizó por un hilar majestuoso entre símbolos adheridos a su existencia, la narración tensada, el humor sabio y grandilocuente, la acidez escondida en la dulzura de gestos y rostros que vivían bajo una enorme censura. Su cine era su cine. Inigualable. Berlanguiano..."
-¡Y mundial!- vuelve a interrumpir el alcalde de Villar del Río cuyo brazo es bajado por don Mateo que lo intenta calmar.
"...Poco cabe decir. Yo me crié en diferido pero sobre los brazos del sofá o las piernas cruzadas en el suelo de la casa de mis abuelos. Ahí aprendí a reír y pensar sin gran conciencia. Y fueron estas películas que, estando en tierras extranjeras, me enviaba mi padre, tales como La vaquilla para introducirme y jamás olvidar y recordar a quienes están hoy aquí sentados en la grada de este universo cinematográfico..."
-¡Y mundial! - insiste el alcalde que agita su brazo para desprenderse de la serenidad de don Mateo.
"Así que, ¡despidamos a don Berlanga con esta bienvenida como se merece!"
El joven ha despertado un júbilo en la grada e inesperadamente los aplausos hunden las aflicciones más profundas para ser suplantadas por risueños griteríos. Cae sobre sus cabezas una pancarta en la cual se da la oficial bienvenida a Luis García Berlanga que procede a presentarse saludando desde un coche que es escoltado por niños y fervientes seguidores. Una banda musical persigue el rodar del director. La grada extasiada por su presencia comienza a desinflarse y con el transcurso del tiempo la plaza de la memoria aparece abandonada con meros resquicios que evidencian su furtiva presencia por esta imaginación que han leído. Un gélido azote de aire en el horizonte. Unos se despiden. Otros le dan la bienvenida en un futuro que fue pasado. Bienvenido, don Berlanga.
Comentarios
Después de esto y al margen del cansancio he decidido linkearte con mi blog para que todos te lean porque yo no le haría justicia como tú.
Un abrazo!!!!
Otro abrazo señor Joseph!!