El efecto de las parabólicas



Las vasijas y los cubiertos se chocaban en un frenético ajetreo, chirriaban mientras humaredas de aromas se cortaban con los brazos y las prisas, las miradas de los últimos domadores de los fogones de la humanidad. En un sudor sonriente, mi hermano, extenuado, le preguntó a su amigo si seguía las noticias de su país.

-A., ¡lo que está pasando es increíble! -dijo sonriente y con los ojos expuestos a la atemporalidad que crucificaba el rugir de su labor- ¡Ahora Túnez no será lo mismo!

T. retomó su labor, preparando bandejas minimalistas con bocados de salmón y caviar que serían engullidos por obesos empresarios alemanes, pero sus pensamientos quedaron varados en su arrecife de infancia y sol. Volvería a casa, untaría las mejillas de sus seres queridos con un sincero candor e intercalaría inquietantes siniestros y suntuosas esperanzas mientras se dejaba caer en un sofá para contemplar lo que la parabólica de su balcón le había emplatado al televisor. Así, como durante décadas se fueron germinando barrios de parabólicas en París, Berlín o Barcelona, T. y otros muchos magrebíes se enrojecen sonrisas que calcinaba la gélida ventolera de las semanas, se desprendían del sudor y el delirio diario para abrigarse en nostalgias que solamente oían los fines de semana en una desolada cabina. Ahora, T. y millones de otros como él, son felices porque el muro de los petrodólares y el desajuste del mundo que describía Amín Maalouf, han caído.

Ahora rocían bombas y enjambres de horror en Libia. En Bahrein y Yemen hunden cuerpos volátiles como en otras ciudades esparcidas por el mapa. Los jóvenes visten camisetas de  Zidane o del Che Guevara que sigue latiendo en la atemporalidad de la Historia; se escuchan  canciones de rap, de Cheb Mami, pero tambien de Hany Adel; se lee a Khaled El Khamissi, pero tampoco se olvidan de hojear en los artículos de Tariq Ali. Es posible que la  suma de ciertos factores, la herencia de vetustas farolas como el Baazismo expliquen esta revolución que sigue ávidamente latiendo con movimientos como el 20 de febrero o en plazas semejantes a la de Tahrir; pero lo cierto es que nunca fue posible vaticinarlo. Sin embargo, en la tradición árabe existe la idea del maktub, es decir, del destino inamovible y predestinado, el mensaje del profeta. Acaso esto sea lo más parecido a los sueños que nunca debemos borrar, los que se emiten mediante parabólicas desde la Historia y que a veces incluso se hacen realidad. 

Y esperando que otras revoluciones culminen igual como la  tunecina o la egipcia que aún sigue en pañales, les dejo con el himno de aquellos días de febrero que ya poseen un lugar en la memoria, en las coordinadas de nuestras parabólicas.





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