Todos acumulamos canciones sin medidas ni etiquetados, constituyendo así una banda sonora, acaso una jukebox de nuestros lastrados pasos. Se encienden en cualquier momento y algunas incluso destacan aún más por haber sido hechizadas por el principio de la impresión, es decir, regadas por acontecimientos, vivencias ensartadas profundamente, doblegando toda coraza. Te pueden capear risueñas ilusiones, equilibrar sobre la cuerda de la rutina; o bien teñir con gélidos suspiros insomnes. Pero lo certero es que está ahí, es tu álbum sonoro.
Como melómano empedernido, lastro cientos de estas rodajas de sonidos que cautivan y ensordecen mis oídos. Muchos de ustedes ya conocerán mis predilecciones, gustos musicales nada más hacer rondar sus minúsculas pupilas por este errático blog. Y por tanto, también sabrán que, entre tantos, está ese poeta de la calle, el tímido, distante pero alocado grito sobre el escenario nocturno, el monstruo elegante, taciturno romántico pero subversivo agitador, asesino de Bob Dylan. The Boss. Bruce Springsteen y su E Street Band.
De él conservo un raudal de pálpitos, gracejos descontrolados, cabeceos fruncidos frente al espejo o bien somnolientos exhalos de nubes frente a una apenada luna cicatrizada, roída por el ciclo de las abatidas semanas. Born to Run, The River, Greetings from Asbury Park, Human touch o Lucky town son algunos de sus mejores álbumes. Pero el que, sin duda alguna, destaca sobre todos ellos es el álbum Darkness on the edge of town (lanzado curiosamente un 2 de junio de 1978).
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Big Man y The Boss. Foto tomada por Eric Meola para la portada de Born to run. |
El hecho de que no sea el único que conciba este álbum como el mejor de Bruce es algo que te contenta, y confirma a la par que -pese a que me cueste todavía afinar la guitarra- no tenga tan mal oído. Y además, con la aparición del libro American Madness. Bruce Springsteen y la creación de Darkness on the edge of Town, ya lo flipas. El libro del escritor y periodista Julio Valdeón Blanco no se limita a ser concebido como un ensayo en torno al proceso de creación de este mítico disco. No. Sin duda alguna, es más que eso. Partiendo desde el hogar del cantautor y rockero norteamericano, desde ese desnutrido barrio de Long Branch (New Jersey), pasando por todo su crecimiento musical como personal, Valdeón nos acerca y presenta al verdadero Bruce Springsteen, desprovisto de ataduras vanagloriadas u oficiales. Su labrado y angosto camino, tan parecido al mitológico American Dream hasta llegar a engendrar el disco que nos atañe y en el cual Valdeón nos surca el camino por cada una de sus canciones, así como por todas aquellas que fueron descartadas -todas increíbles y rescatadas en posteriores álbumes y en conciertos-. Haciendo uso de la cultura norteamericana -pero también de aquella que trasciende fronteras-, de los obvios documentos orales y palpables pero también de un tremendo lirismo (¡Uf!), el periodista y experto en esta materia nos relata, como dicho, no solamente cualquier detalle técnico sobre la obra del Boss (las fotos de los geniales Eric Meola o Fran Stefanko, la productora, la figura del gran Jon Landau, etc.), sino también ese viaje al mundo anotado y dibujado por las partituras del cantautor de New Jersey y que es percibido por el buen oído. Un mundo donde no queda nada del American Dream, de las promesas emitidas desde metálicas voces y rostros embellecidos con la mejor dentadura de Colgate. Se trata de calles ajadas por el doloroso tiempo, de seres abandonados, solos que lamen sus heridas en desvalidos bares tras retornar de las fábricas, de las horas recaudadas por un puñado arrugado de enmohecidos billetes verdes. Son los mismos que han perdido amores correspondidos y se sientan en la oscuridad de la noche, sobre el asfalto mojado y trillado por el destello de una abandonada farola. Los que acaso buscan un cobijo en su coche, dejan parpadear los parabrisas y distorsionan sus rostros tras las cristaleras empañadas con gotas de lluvia pensando en su chica o el impago de la hipoteca. O, ¡qué diablos! En que estando jodidos no hay consuelo, queja, en que, por lo duro que es esta ciudad, pese al intento de huir por un crudo desierto a otro lugar, a otro país, te encontrarás con el mismo desamparo y, sin embargo, hay que seguir de alguna manera. Suspiro en un estado de tullido. Y, ¿quién no se puede ver identificado con esos personajes, con esas historias hilvanadas, escritas en un torrente de locura perfecta por Bruce desde sus propias experiencias, desde su despierta mirada?
Esto es Darkness on the edge of Town. Esta es la imagen que uno refuerza recostado en el sofá, leyendo a Julio Valdeón, compartiendo la propia voz de Bruce Springsteen bajo los auriculares. American Madness es una lectura tan parecida a un road movie donde el lector se aferra al volante, rueda la ventana y pierde su silueta en un horizonte. Es puro deleite para los melómanos y amantes de la poesía urdida entre cuerdas y voces sin olvidar ese saxo del genial Clarence Clemons (también conocido como Big Man) que embellece cada aullido, frenesí, golpe de esa voz dolorida de Bruce, cada irascible, subversivo acto de Max en la batería o Van Zandt en la guitarra. Y claro, lectura obligada para todo seguidor del Boss y la E Street Band.
Y, aunque sea dificilísimo proponer una canción de este álbum -porque hay muchas que me encantan, tales como Badlands o Something in the night - les dejo con este temazo: Racing in the Street. Es la mejor actuación que he podido encontrar de su primera gira promocional, en 1978. Brutal. Se te enciende la lavadora en el estómago, los conductos se erizan...
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