Natsukashii

"Siempre he pensado que, al descubrir un nuevo país, uno oscila entre la extrañeza y el reconocimiento mezclados: nos gusta sentir sorpresa y nos gusta también descubrir una cierta familiaridad en los territorios ignotos. Eso me pasa con Japón."

 

- Isabel Coixet
Desde un tiempo a esta parte, tengo la costumbre de inaugurar las tardes de domingo sintonizando el programa radiofónico "Alguien debería prohibir los domingos por la tarde", de Isabel Coixet. A solas, envuelto en el embelesado aroma del café, apoyado sobre el aparador de la cocina, observando la taza y sonando "Truth" -de Kamasi Washington-, sonrío. Junto con sus lecturas y reflexiones, todavía percibo ese asombro ignorado por muchos que consiste en arrobarse cuando se selecciona un tema musical cuya existencia se liga con tus palpitaciones vitales. Se dilatan los ojos, olvidas el tecleado de los informes o la corrección del último examen de tus alumnos y solamente escuchas ese tema de The Smiths, Charles Aznavour, Hibari Misora o Nujabes mientras miras sonriente el atrezzo de tu escritorio. Y sí, hay tardes de domingo que más que prohibirlas o condenarlas, las percibo como un espiro, un subterfugio cuya banda sonora sería similar al tema de Joe Hisaishi . A veces incluso estiro la tarde, pese a su limitada elasticidad, hasta ese momento donde me preparo con delicadeza y obsesión la cena, preparando una Quiche de verduras o un Tarako Spa que todo dueño de un Izakaya sueña en prepararlo pese al insomnio de las ciudades. 

Lo cierto es que en una de estas tardes de domingo, Coixet reflexionaba y leía extractos que se asemejaban a los que plasmó en su libro "No te va a querer todo el mundo" -obra que fue una de mis lecturas favoritas durante el confinamiento- sobre su relación con Japón y en gran medida me vi reflejado. Efectivamente, hay muchos que te preguntan por la razón de tu viaje, de qué te atrae de ese país tan lejano y lo evades con tópicos. Sí, desde hace mucho tiempo te atrae su gastronomía, su literatura (Murakami, Kenzaburo Oé, Natsume Soseki, Akutagawa, Higuchi Ichiyo, etc.), su cine (Kurosawa, Kore-eda, Yasujiro Ozu, Miyazaki, etc.), el anime, el manga, su filosofía...Y así contentas al cargante entrevistador. Sin embargo, la relación que uno establece previamente es más complejo, surge como los gustos musicales, las inquietudes, tu personalidad, una construcción aristotélica donde la virtud -el hábito- es responsable de tu fijación por un archipiélago lejano, intocable para muchos. 

Con el impulso de la huida, tan propio en muchos de mis viajes, exploré aquella región para refugiarme. Quería y conseguí perderme en los barrios de Shinjuku, Akihabara; descansar y olvidarme en un escondido Izakaya, contemplar su región desde el ojo de buey de un tren bala; notar el temblor de la tierra, avistar el azul del cielo; percibir el canto de las cigarras a flor de piel, verme cegado por las luces insomnes de sus ciudades. Advertir una distante pero presente hospitalidad de sus habitantes, el encomio compartido por sus costumbres. Pero, ante todo, quería estar lejos. Quería, como bien recordaba Isabel Coixet, visitar la extrañeza para trasladarlo conmigo.  Muchos viajeros tienen la costumbre de hacer de sus exploraciones un souvenir, imprimir un álbum de Hofmann, una anécdota para rellenar las noches de sociabilidad impuesta, cruzar una x en sus proposiciones. Sin embargo, en mi caso, era solamente huir. Quería huir al lugar profetizado por el cine, la literatura, la música, sus costumbres. Quería, simplemente, viajar a un lugar donde sintiera familiaridad y tranquilidad, pese a su extrañeza; llevar esa paz conmigo de vuelta. Como un tema de Kamasi Washington. Quería, a fin de cuentas, algo inaccesible, propio, incapaz de poder compartir. Un lugar donde sintiera -y siento- el Natsukashii.





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