La Radio

      Es una constante en la cosmología propia y ajena la idea que los niños son como esponjas capaces de absorber formas, moldearlas, darles volumen e insertarlas de manera perpetua en su propio paisaje, convertirlas en hábitos. Hay costumbres cuyos orígenes avisto tras tirar de las profusas cuerdas propias de la memoria. ¿De dónde proviene esa rutina de ir al mercado los sábados? ¿Cuál fue el punto de inflexión donde adquieres la manía de planchar las sábanas, las camisetas, sí, hasta los calzoncillos? ¿La razón de incluir en mi dieta ciertos platos culinarios o alimentos? ¿La obsesión por los aviones y sus respectivos aeropuertos, el viajar? ¿El origen de la lectura? ¿Por qué la inclinación por ciertos géneros musicales o canciones, películas? ¿La predisposición hacia la mirada sentimental? ¿La rutina de desprenderme de la cama, encender la radio durante el desayuno, el aseo o la ducha en mis mañanas de existencia? 

    Podría dilatarme en disolver este Blitz de interrogaciones arrojados sin prefacio previo pero me detendré en el último punto donde tienen un sentido las señales de horario: "Pi, pi, pi, pi, piiii. Son las ocho de la mañana. Las siete en Canarias". 

    "Pi, pi, pi, pi, piiii. Son las ocho de la mañana. Las siete en Canarias". Contemplo a mi padre desde el umbral de la puerta del baño, más grande, con el torso desnudo y el rostro cubierto de espuma de afeitar que se ha aplicado con ayuda de la brocha. Desde un rincón del lavabo, donde se asienta el transistor portátil y de forma rectangular, oscuro, percibo la voz rugosa de Iñaki Gabilondo tras oír la sintonía propia de su programa "Hoy por Hoy". Junto con el sonido del batir de la cuchilla de afeitar en el agua, percibo palabras insólitas como inconexas para mí: inflación, sindigatos (sindicatos), Felipe González, Saddam Hussein, oposición, ETA, Deportivo La Coruña... Suena todo muy extraño pero deduzco que las palabras poseen una gran importancia para mi padre por el rostro serio que exhibe frente al espejo. Creo que en esas mañanas apenas me atrevía a irritar a mi padre con mis dudas pueriles y sonaba la advertencia de mi madre de presentarme en la cocina o dejar de incordiar. Pero después uno preguntaba en los desayunos o bien en la hora del descanso tras el almuerzo -donde mi padre siempre leía el diario "El País"- sobre quiénes eran los sindigatos, los buenos y los malos, o ese tal Gorbachov que algo le pasaba porque tenía una mancha enorme en la frente. La verdad es que no recuerdo muy bien la reacción de mi padre ante esas interrogaciones, si se reía o le caía una gota fría por la frente o bien pensaba lo pelmazo que era su hijo. Pero lo cierto era que se empeñaba en aclarar las cuestiones: los sindicatos -no los sindigatos- eran los trabajadores; Felipe González era bueno. A Gorbachov no le pasaba nada, tranquilo. Sin embargo recuerdo que era el comienzo de un ciclo, de esbozar nuevas preguntas, percibir las palabras como un ente poderoso, recio. Recuerdo el intento por saber si Karadzic era de los buenos o de los malos, qué era un dictador como lo fue Saddam Hussein y situarme en los mapas que comenzábamos a escrutar en el colegio. 

    La radio, como la prensa o la televisión, tenía una presencia encomiable en mi casa. A su vez, en casa de mis abuelos, sean paternos o maternos, pasaba lo mismo. Todavía albergo en mi hogar una antigua radio de la empresa General Electrics que era de mi abuelo paterno y la cual emitía, durante muchos años, las zarzuelas que adormilaban a mi abuelo a la hora de la siesta y se propagaba por todo el patio interior del edificio. Mi padre, una vez separado de mi madre, tenía la costumbre de buscar y hallar el sueño con el transistor portátil bajo la almohada, oyendo el programa "Hora 25" o bien el "Carrusel Deportivo" que también sonaba en casa los domingos por la tarde mientras trabajaba en su escritorio y se sucedían uno tras otro los goles que caían en Oviedo, Barcelona o Santa Cruz de Tenerife junto con un anuncio Purito Reig: "¡Pepe, un Purito!".

    Sin querer darme cuenta, junto con los discos de vinilo y después los cd's que recopilaban mis padres, también me fui aficionando a la radio. Una vez nos mudamos a Alemania mi padre y yo teníamos siempre la obsesión por sintonizar con RNE para saber qué pasaba en nuestro país, contagiarnos con la afición de cualquier campo de fútbol, oír los debates políticos, cómo evolucionaba el asunto de ETA y la abertzale, las políticas de Aznar, oír a Juan Claudio Cifuentes emitiendo jazz más allá de los Pirineos. Y sí, echábamos de menos a "Manolito el Gafotas" de Elvira Lindo los sábados por la mañana o al ya mítico Iñaki Gabilondo. Después llegó la adolescencia y fui sintonizando otras frecuencias moduladas, otras voces, otras palabras. Descubrí sintonías distantes que asocié a mi nuevo paisaje. Aparecieron programas de radio sobre filosofía, música de otros mundos, literatura, cine, jazz, blues, indie y una enorme retahíla. Me fui distanciando del transistor de mi padre. 


    "Pi, pi, pi, pi, piiii. Son las ocho de la mañana. Las siete en Canarias". Suena la voz de Àngels Barceló. El gato se ha vuelto a acurrucar en el sofá y me miro al espejo mientras oigo los últimos índices de contagio en el país, así como las últimas declaraciones del líder de la oposición ante el plan España 2050 que ha expuesto el presidente Pedro Sánchez. Cada día tengo peor cara. Tengo una frente por pista de aterrizaje, como diría Frasier Crane. Me paso la cuchilla de afeitar por algunos puntos del rostro y me recojo la coleta. En comparación con mi padre llevo barba. Hablan de la crisis migratoria acontecida en Ceuta. Se la juega el Atlético de Madrid este fin de semana. Sé que este viernes, tras volver del trabajo, sintonizaré seguramente también Radio 3. O me pondré un programa podcast de tantos que por la velocidad de los días no me ha dado tiempo de oír en directo durante la semana aunque suelo tener encendida la radio mientras el café se enfría. Y a eso de las 19.30, cuando mi padre me visite y no lo aprecie con la misma estatura de hace treinta años o más - y con menos cabello, ya canoso- intercambiaremos no solamente opiniones o testimonios de nuestras propias vidas, de familiares o amigos, sino también de lo que hemos escuchado en la radio. Eso sí, sabemos que "Manolito el Gafotas" no volverá a ocupar un lugar en nuestro espacio radiofónico. 

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