Olga Tokarczuk - Los errantes
Plantada sobre el terraplén antiinundaciones, la mirada fija en la corriente, descubrí que -pese a todos los peligros- siempre sería mejor lo que se movía que lo estático, que sería más noble el cambio que la quietud, que lo estático estaba condenado a desmoronarse, degenerar y acabar reducido a la nada; lo móvil, en cambio, duraría incluso toda la eternidad.
- Olga Tokarczuk, en Los errantes (2018)
Albergamos en nuestras instrucciones genéticas, desde épocas prehistóricas, la inquietud por espolear nuestros cuerpos hacia un plano de coordenadas lejano del origen de nuestras pulsaciones vitales. Con o sin pretexto, transitamos la cartografía mutable, manchamos los mapas, fijamos una dirección laxa, hallamos o perdemos pasos, velocidad, medidas temporales, paisajes. Y es prácticamente imposible no encontrar cuerpo viviente que se mueva en su vida diaria por deseo, instinto u obligación y al mismo tiempo se pregunte por su motivo y su razón de ser.
En suma, Los errantes es una valija repleta de historias que hollan en el lector ambulante. Con un lirismo sui generis, capaz de evocar nuestros cinco sentidos, sea en los no-lugares de Marc Augé o bien en los Países Bajos del siglo XVII, sea con personajes históricos o de ficción, su lectura alberga todos los elementos, estandartes de una vida, propios y necesarios para la introspección urgente de nuestros días. Liviano y profundo, sinuoso, puro placebo es su lectura que trata de todas esas cosas que buscamos resolver en los bares, en una escondida cafetería o bien en los aeropuertos que cruzamos en nuestros vuelos.
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