Éramos la pandilla freak. Los que creíamos en utopías mientras estremecíamos los pedales en pleno invierno. Los que nos desvirgamos bebiendo las primeras cervezas a escondidas de los adultos. La sorna de la sociedad yendo a los conciertos de Explisz en un sótano perdido, conocer el poggen, las primeras exhaladas. Tiempos de Lan-Parties hasta derrumbarnos con el amanecer. Compartir cine, juegos, anime ajeno al posterior mainstream y por estrenar. Los del Nokia por teléfono móvil, de ropas holgadas, los cinco jinetes de la Apocalipsis de nuestra clase. Éramos el desiderátum de Herr Lens custodiando el anarquismo ante Avril Lavigne. El grupo que leía al Che Guevara, veía los filmes de Kevin Smith o se atrevía con Golden Boy o One Piece; los que escuchaban a Slayer, System of the Down o Travis. Los que pegaban a la pelota en un campo eterno de hierba. El verde bajo un sepulto cielo gris. Los que recibíamos la eterna lluvia de la adolescencia y soñábamos con parajes soleados. Pero, en nuestro gélido invierno, fuimos felices. Desayunábamos papas fritas tras una larga noche, soñábamos con cambiar el mundo. Ahora, pasado el tiempo, me queda una canción que toco a solas. Desaparecen, se desintengran sus rostros. Me quedo solo. ¿Dónde estáis? ¿Dónde estoy? ¿Hay alguien ahí afuera? Please, don't leave me high. Don't leave me dry. Please. Y solo se proyectaban imágenes mudas ante una pared helada. Estaba solo.
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