Gregory Porter

Though my past has left me bruised 
I ain't hiding from the truth 
When the truth won't let me lie right next to you

- Gregory Porter, en "Holding on" (2016)

    Suelen adscribirse nuestros furtivos como apocados pasos al asfalto de los almanaques sin más ambición que verlos consumir. A veces remolcamos, hollamos nuestra existencia en un paraje tan gris como refleja el cielo de una ciudad que cubre la muerte de una sirena en estado de alarma, el rumor de voces bajo el rugir de un motor, embaladas miradas. Sin embargo, en ocasiones, nos movemos por inercia, nos dejamos persuadir por enigmas que ni siquiera puede descifrar la razón. Así que me vi paseando por una larga avenida. Observo a los ancianos arrastrándose con su bastón, parejas sonrientes, cogidas de la mano, runners, perros extasiados, orientando a sus esclavos el sendero que deben tomar; amigos charlando en terrazas, vendedores de boletos de la suerte; pálidos rostros cuyas entrañas crujen de dolor y piden una limosna en un oculto rincón. Cojo la siguiente guagua que se me cruza por el camino. Contemplo el puerto, el mar, personas que auscultan el móvil, miran de soslayo, de frente, charlan. Me bajo. Camino. Personas saliendo de las tiendas satisfechas y acumulando bolsas y estuches de cartón, grupos de personas charlando en cada esquina, una pareja tomando café, jóvenes corriendo tras otros jóvenes. Y de pronto me veo frente al teatro de mi ciudad. Me quito los auriculares. Multitud de personas conversan animosamente. Veo a una anciana sonriente que, semejante a mí, contempla la situación. Y de pronto, alguien señala, alza las cejas y me viro. Veo a un hombre enorme dar pasos agigantados. Se dirige hacia mí. Lleva una gorra oscura, una balaklava cubre parcialmente su rostro, viste una chaqueta blanca. Sonríe. Pasa delante de nosotros saludando y sonriendo, perdiéndose más allá de una multitud que se aglomera en el patio y estalla en aplausos. Y la anciana también sonríe. Y me sonríe. Sonrío.

        El teatro de mi ciudad siempre me ha parecido un recinto extraído de una novela de García Márquez. No porque destaque particularmente en cuanto a su arquitectura o por ser el epicentro de los planos capaces de acuciar al foráneo en su búsqueda, sino porque en ella siempre te vas a encontrar a alguien conocido. Así que casi no me extrañaba encontrarme con antiguos vecinos, familiares o antiguos compañeros del trabajo. Pero se apagan las luces y entra en el escenario ese antiguo jugador de fútbol americano que avistamos en la entrada, queriéndonos arrollar con una sonrisa. Y su grupo comienza a tocar y Gregory Porter -así se llama el jugador de fútbol americano que oculta sus cicatrices bajo una gorra y su balaklava- arranca con un tema que es toda una declaración de intenciones: Holding On. «Ou, fellas», pienso y ladeo la cabeza. Me estremezco con la voz en vivo de este barítono que saluda al público con un mensaje tácito como certero: «Love. Love is the most important thing in our life». Y no hay más que decir cuando deja que se desfogue Tivon Pennicott con su saxo mientras canta sus temas "Hey Laura", "If Love is overrated", nos recuerde a Marvin Gaye con su tema "On my way to Harlem" o termine recordándonos los filmes de Wong Kar Wai con aquel mítico tema edulcorado por la voz de Nat King Cole: "Quizás, quizás, quizás". Había perdido la noción del tiempo. Había olvidado mi existencia, mi condición hasta que todos comenzaron a levantarse de sus butacas. Cuando los veo de pie ovacionando a Gregory Porter, solo veo sombras. La magia, la música se han desintegrado. Dejo salir a las personas que ansían seguir corriendo en un mundo que ansía, anhela, se alimenta de su velocidad. Cenas perfumadas, pantallas alumbradas, carreras por salir antes del teatro. Me quedo solo tras despedirme sentado de los pocos conocidos. Contemplo el escenario, vacío. 

    Ya en la calle contemplo batallones alejándose del teatro. ¿Será Saigón su próximo destino? Paro un taxi y tomo la dirección contraria. Y mientras el vehículo desaparece en la oscuridad y el reflejo de las anaranjadas farolas segmentan mi rostro tras la ventana, pienso en la sonrisa y el jazz, el soul, el ensueño. Holding on. Y sonrío. Porque los almanaques se consumen, pero a veces la música nos lleva a escenarios donde Gregory Porter nos recuerda de qué están hechas las cicatrices y cuál es su bálsamo. 


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