#46 Youssou N'Dour - Birima (1992)


        Miríadas de estrellas, prestad atención. Contemplad mi fuego, percibid el crepitar de las escasas ramas que pude reunir en un fuego cuya prestancia radica en ahuyentar los espectros del futuro. Aquí, bajo el azulado toldo del cosmos, entre dunas doradas por un tibio fuego donde tomo té, os quiero contar, mientras duermen mis asiduos amigos y sus fieles camellos, la historia del reino de Cayor. Y de un rey especial. ¡Oh, Cayor! Silenciado por la historiografía centroeuropea, arrancada de la memoria colectiva, era un reino esplendoroso, el reflejo de ustedes, reinas de la intemperie. Y lo sabéis. Porque cuando se asentó en el trono Birima Ngoné Latyr Fall (1855-1859), el rey de Cayor, todo cambió aunque sea por un zeptasegundo de vuestra existencia. Birima era discreto, aparentemente introvertido, aunque en su fuero interno como externo siempre defendió la dignidad de sus súbditos. De hecho, erradicó el término súbdito y él y los suyos, ellos y los siguientes, se fundieron con la simiente de la cultura. Los griots, los trovadores, los historiadores semejantes a Hesíodo, transmitieron oralmente lo que os cuento: Birima erradicó las desigualdades, el temor de los nadie, la concupiscencia de los renombrados. Enalteció la música como bien de interés público y la poesía hacedora del respirar de sus habitantes. Repartió con igualdad el acceso a los bienes de primer orden y asentó, mediante la cultura y la educación, el bienestar de todos los habitantes del reino de Cayor. No había que crecer en términos económicos, siquiera asaltar al prójimo. Había que respetar el medio ambiente que brindaba prosperidad y asegurar el bienestar de los habitantes.¡Oh! Toda Cayor se abrigó en su comunidad y celebró la resistencia ante la ocupación francesa que, tras su muerte, ocupó su lugar, borrándolo de las futuras escrituras, de los libros que quedan por publicar, de quienes escuchan las canciones de Youssou N'Dour en su honor. Y solamente quedamos tú y yo en un recóndito rincón del cosmos. Porque mientras nuestro planeta se asfixia y se saquea como destruye el entorno, así también aparecen pantallas que nos anulan junto con los calendarios y sus respectivos cronómetros virtuales toda razón de ser. Nos nublan y reorientan a una existencia banal. Sin embargo, atended, miríadas de estrellas: alguien nos contó oralmente sobre su reino. Y cantamos el designio de Birima. Suenan notas de una cuerda, emitimos órdenes a nuestros músculos y nos movemos. Primeramente con discreción aunque, con los minutos, removemos todo el cuerpo y cantamos, bailamos en pleno salón, con o sin compañía, en el salón o en medio de la cocina. Sí, Birima seguía y sigue aleteando en nosotros. 

    Avivo el fuego. Hebras doradas, luciérnagas de esperanzas asaltan los cielos al despertar mi pequeña hoguera entre dunas. Mis compañeros de viaje siguen dormitando. Uno se remueve, suspira, se da media vuelta y continúa esclavizado por el sueño. Sonrío y elevo el mentón. Os observo. Oh, estrellas, oscura, gélida madrugada. Sorbo de mi té y me preparo un cigarrillo. Percibo el frío de la madrugada, me encojo. Sin embargo, en mi fuero interno, siendo sombra entre sombras ante el anaranjado esplendor de la hoguera, reavivo el canto de Youssou N'Dour. ¡Oh! El mundo se destruirá. Empero, el reino de Birima seguirá vivo. Cojo la guitarra y toco las primeras notas. Mis cofrades comienzan a removerse, los camellos buscan mi mirada. Y el sol, ese punto celeste, blanco, todavía envuelto entre tinieblas, se abre paso entre horizontes anaranjados. Comienza el canto, el reino de Birima.  Adiós, miríadas de estrellas. La próxima noche os contaré otra historia. 

Comentarios

nmj.graphiteart ha dicho que…
Ay!, me encantó :)
Diebelz ha dicho que…
Me alegro ;)

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