#47 Yemen Blues - Trapè la veritè (2010)

Lo que decimos que somos 
es solamente una manera de expresar
la verdad de lo que hacemos. 

 - Ravid Kalahani & Yemen Blues, en su tema Trapè la veritè, 2010

    


        Se trataba como extinta la disyuntiva en los orígenes del lenguaje. Solamente preexistía la pulcra mirada ante nuestro rostro, los gestos carentes de sombras, un idioma simple sin embudos, seca, sincera. Era rizoma. Sin embargo, y según fue creciendo nuestra población, apareció el arte del anegado idioma, de su dualidad, las sombras, la luz alterando la verdad y la mentira; el déjà-vu tras los desiertos de máscaras que comenzaron a progresar tras nuestros pasos hechos kilómetros. Aparecieron las sonrisas amargas, las risas ácidas, el dolor inoculado por verbos alterados, adjetivos indefinidos y artículos indeterminados. Las fuerzas vivas practicaban la fosforescencia para ensombrecer el determinismo de las fuerzas de producción, lijar el idioma, prohibir el estímulo, la liberación, la simiente que suponía la lectura y su conocimiento, la tabla periódica, el sistema binario, la cartografía cósmica, las probetas unívocas. El cielo se ensombreció tras un baile eterno de máscaras y, rítmicamente, solaz, fue expandiéndose por los siglos de los siglos. 

        Sin embargo, alguien dudó y descubrió el azul añil tras desprenderse de su máscara. Le dió hasta nombre al careto, la figura imaginaria, artificial, insulsa que prendía de su rostro: «Máscara», lo llamó. Su mano comparó ambas realidades. La máscara era fría, tersa, dura. Su rostro blando, tierno, arrugado, cálido, vulnerable. Contempló una plaza llena de personas portadoras de máscaras que le hablaban. Tras sus mascarillas había diferentes tonalidades y expresiones, palabras, deseos hechas imbricaciones. Dudaba, se vio envuelto en sus violentos abrazos y manos de las cuales pudo desprenderse y huir. Se vio abatido, solo, mal. Hasta que escuchó al fondo, en un rincón, el canto lejano de aquella canción: Jat Mahibathi. Y descubrió que había personas sin máscaras, personas que tallaban sus pulsaciones tras cuerdas vocales como metálicas, sobre djembés, sus propias palmas. Aprendió a sonreír y a moverse rítmicamente, a deletrear el sentido de un poema. Y, tras finalizar el canto, la música, regresó a la calle llena de máscaras. Con pasos plomizos, abatido, avanzó sin rumbo. Apesadumbrado, triste, comenzó a tararear aquella canción para sentirse mejor. Y fue así como alguien lo percibió y lo llamó: «¡Eh! ¡Tú!». Alzó la mirada y contempló cómo, entre las máscaras, había una sin-máscara. Ambos se acercaron impulsados por la extrañeza de ser dos sin-máscaras

        —¿Quién eres? —preguntó ella. 
        —Soy yo. Soy música y poesía—le respondió.
        —Soy número y ciencia—le respondió ella. 

       Se sonrieron y, sabedores de la verdad y de lo que hacen, fundieron sus manos. Dicen que muchos testigos comenzaron a desprenderse de sus máscaras al contemplar aquel encuentro. Otros que ambos desconocidos se perdieron más allá del monte Damāvand. Fuera como fuese, lo cierto es que nada volvió a ser lo mismo. 
    

Comentarios

nmj.graphiteart ha dicho que…
Qué bonito...
Diebelz ha dicho que…
Gracias. ;)

Entradas populares