#49 Pallett - Nesfonahar-e Mabda (2021)



        Todavía expiraba el alivio desnutrido bajo las monocromáticas ruinas de la borrada ciudad. La oscuridad, teñida por extraviados milenios e ignotos como débiles centelleos hexagonales, cubría los polvorientos rostros cuyos rasgos habitan las partituras de la trizada memoria. La querencia por el desacoplamiento de los átomos se mostró renuente. La Nada, impetuosa, ansiaba triturarlos, molerlos, engullirlos tras el reverso de las averiadas fotografías. Pero bajo los plúmbeos esqueletos, el rumor de la canción se abría subversivamente paso como un río subterráneo.

        Exangües pasos se rielaban en los charcos y evitaban, sin éxito, percibir el dolor sobre la gris superficie. Las harinosas pisadas advertían las esquirlas de vidrio, las piedras, hilos de alambre, la acidez contorsionando el camino. Sin embargo, el niño descalzo percibió un sigilo bajo sus pies. Torció su mentón, inclinó la mirada, agachó su enclenque cuerpecito hasta pegar su oreja sobre aquella fría y enorme roca emergida entre las ruinas.  

            «Hijo mío, cuyo abuelo también soy, escucha atentamente. Futuro lector de poemas antiguos, escucha atentamente mi canción: escarba. Araña, rasca, remueve la tierra. Indaga elevando montículos de tierra fresca a tus costados; hurga, revuelve, busca nuestro pentagrama para que podamos ser el rubaiyat de tu intemperie. Cultiva y riega nuestras manos para que nuestros brazos crezcan y podamos ser la hierba de tus pisadas. Colecciona y recompón nuestros rostros para que seamos tu alimento. Escribe, registra, habla sobre nuestros sepultados cuerpos. Porque son el canto de la voladura malva de tu meridiano. Y después, tan solamente después, camina».

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