Le temps des cerises

J’aimerai toujours le temps des cerises 
c’est de ce temps-là que je garde au cœur 
une plaie ouverte

- Jean-Baptiste Clément, en Le temps des cerises, 1866

        I.

        Hay ocurrencias que resultan tantalizantes, tales como señalar que soy hijo de los tiempos de las cerezas. Pero en estos tiempos donde se recurre a los embates de la ciega indiferencia frente a la poesía, se fragua imposible concebir la posibilidad de responder así ante la pregunta de mi fecha de nacimiento o cuál es mi horóscopo. Irónico que un calendario ficticio moldeado por el ser humano se imponga frente al brío inconfundible de la naturaleza. ¿No sería más razonable decir que nací cuando comienzan a dar fruto los cerezos, cuando canta el mirlo como si anidara en una partitura de Antonio Vivaldi? ¿Acaso no es más fehaciente el pulso de la naturaleza que un almanaque ficticio que, incluso, se tambalea ante los números? ¿Tener un documento de identidad que indicara que una persona nació en los tiempos de las cerezas, de las fresas, de las alcachofas, de los girasoles o la calabaza? Pero la poesía, que siempre fue y es militante del bando de la razón y la verdad, padece también de los estribos de nuestro grisáceo como frenético tiempo, acusada de sufrir la locura de la hermosura pese al alegato de Bertolt Brecht: «no es una locura, sino el fin de la locura»

        II.

        A diferencia de otras frutas, la cereza no madura desprendida del árbol y no deben recolectarse tampoco antes de tiempo. La sensibilidad de nuestras yemas de los dedos pulgar e índice son las que advierten el aroma del tiempo, apretándolas en forma de pinza dulcemente mientras el alegre mirlo salta de una rama a otra sin olvidar su gracioso canto. Quizá por ello los hijos de los tiempos de las cerezas nacen con una inusual capacidad para comprender y saborear el tiempo. La consistencia del tiempo se concibe en otra dimensión, es lejana, ajena a los cronómetros, de pulso acompasado y semejante a la de los siglos. Se podría hasta admitir que no alberga segundos, siquiera horas o semanas, años. Es una habitación temporal como la que ocupan los gatos que, de hecho, no conciben los marcos del pasado, el presente o el futuro. Cuando un gato aprecia que su ser querido abandona la estancia no sabe cuándo retornará. Lo asume siempre como un hecho único y consustancial, tal y como es el retorno, sea dentro de una hora o en dos semanas. Y maúllan y se desesperan; y se alegran y se revuelcan con cada bienvenida y cada retorno. Viven. Por eso, los hijos de los tiempos de las cerezas se suelen sentir vivos. 

III.

           Hoy, hijo de los tiempos de las cerezas, cumplo 14.610 días en la Tierra, es decir, 40 años según el cálculo impostado por los humanos. Sin embargo, y acorde a sus modelos temporales, me siento como si tuviera 80 años o más. Reconozco que he vivido lo que he tenido que vivir, cumpliendo algunos de mis deseos y viéndose truncados otros muchos. Ayer, de hecho, volví a ver aquella cinta que tanto me agita a partes iguales. Reconozco que me hubiera gustado formar una familia y educar a mis hijos con los cómics, lecturas y filmes que supongo serían cruciales para poder habitar este planeta. De hecho fui coleccionando todas aquellas lecturas y filmes con aquel utópico propósito. Y encendí otra vez la pantalla para visionar Porco Rosso. De aquella ilusoria idea de ver la cinta con una hija o hijo, se ha transfigurado en un visionado en solitario, sintiéndome cada vez más como aquel personaje que es Marco, también conocido como Porco Rosso por padecer una maldición y tener cara de cerdo. Piloto de un hidroavión, cazarrecompensas, comunista y solitario que asume su destino con honestidad: el olvido. Seguramente tendré que volver a convivir con mi padre. Es lo que me toca, a lo Frasier Crane. Aun así, y más en estos tiempos, «prefiero ser un cerdo a ser un fascista»


IV.

          Los hijos de los tiempos de las cerezas somos seres extraños, algo alocados según la estirpe humana y, durante un tiempo, tendientes a distraernos por poseer esa enigmática capacidad de ser seres inquietos y curiosos. Nos gusta perdernos en la euritmia léxica como en los cálculos para hallar la proporción áurea. Sin embargo, hay signos que nos alertan desde otras dimensiones que siquiera Carl G. Jung supo resolver: desde pequeños nos fascinan las cerezas y las devoramos con devoción; en Japón es culto el florecimiento de los cerezos y se prepara el umeboshi. En gran parte de la región centroeuropea se genera el licor de cerezas. Y tenemos nuestro himno patriótico de un lugar ignoto pero que palpita bajo nuestra coraza: le temps des cerises. Escrito por Jean-Baptiste Clément, le temps des cerises es un canto sobre el desamor pero también himno de la revuelta, la rebeldía. Dedicado a una anónima obrera que curaba a los derrotados combatientes de la Comuna de París (1871), es un himno melancólico de aquellos que nacieron y apuestan por la poesía, por la hermosura de nuestros días y la utopía. No solo canta por los hijos de los tiempos de las cerezas, sino por aquellos que nacieron en tiempos de fresas, girasoles, alcachofas y calabazas. 

Comentarios

nmj.graphiteart ha dicho que…
Cuánto se desprenden de estas letras... A veces me gustaría decir muchas cosas, pero una no sabe si es lícito.

Sí te diré que te deseo muchas felicidades. Bienvenido al 4.0 🙂
Que ese pastel tiene una pinta estupenda y que Porco Rosso es genial 💜

Que te deseo que este nuevo número sea especial. Aunque las circunstancias no sean fáciles, estás en un 4, para el 8 aún falta.

Pasado mañana cumple mi gato. Ese sí q pasó ya de los 80 🙂 y también quiere que estés contento y si pudiera estaría ahí dándote un regalo y no dejando que disfrutes de tu soledad.

Un besote. Te queremos 🙂
Diebelz ha dicho que…
Muchas gracias por las felicitaciones. Y felicidades también para tu gato que cumple mañana. Saludos a los dos. ;)

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