Milan Kundera


Para Sabina, vivir en la verdad, no mentirse a uno mismo, ni mentir a los demás, sólo es posible en el supuesto de que vivamos sin público. En cuanto hay alguien que observe nuestra actuación, nos adaptamos, queriendo o sin querer, a los ojos que nos miran y ya nada de lo que hacemos es verdad. 

- Milan Kundera, en La insoportable levedad del ser, 1984  

 

      Son varias las generaciones que se han sumergido en su lectura durante el proceso embrionario de la madurez inexplorada como expuesta por una adolescencia carente de ejes cronológicos. Sus novelas albergaban rastros sonoros de partituras olvidadas, fragmentos de lienzos, libros apilados en cualquier rincón de una estancia polvorienta. Eran manifiestos existencialistas donde sus personajes parecían vagar melancólicos por una cartografía incierta y predestinada a emitir un veredicto lúgubre. Y donde se intentaba de sobrevivir con una sonrisa irónica pese al abatimiento frente a los estados totalitarios como kafkianos, la desmemoria, el amour fou, la desesperanza. El autor de La Broma (1967) o La Despedida (1972) siempre supo emplear un humor mordaz, oscuro, plantear varios subtemas y una narrativa que en ocasiones parecían tratados filosóficos. No en balde, La insoportable levedad del ser (1984) sigue siendo su obra más célebre, indiscutible en cualquier canon literario, el eco que resuena no solamente en los instruidos lectores, sino también en los que han de ser. Milan Kundera (1929-2023) fue un escritor sui generis, pero también inquieto donde siempre intentaba experimentar en su estilo narrativo y auscultar asuntos diversos, tal y como se aprecia en sus breves obras como La Lentitud (1995) o La fiesta de la insignificancia (2013), entre otras. 

       Hace escasos años, Mark Fisher advertía de una tendencia cada vez más presente en nuestros días, en cuanto que parecía importar más la vida que la obra del artista; el nombre del autor como logotipo frente al contenido de su obra en el realismo capitalista. Y algo de ello se aprecia cuando se leen los suplementos culturales de los periódicos o uno arroja una rápida y superficial mirada sobre las estanterías de cualquier librería de la ciudad. Sin embargo, con las masivas muestras de condolencias anónimas vertidas en las redes sociales por la muerte de Milan Kundera, prima el recuerdo de la lectura y la obra, la urgencia de recordar sus libros en tiempos aún más oscuros y carentes de humor e intelecto. Era el deseo de Milan Kundera. Es el deseo de aquel lector que fue y cuya lectura bulle bajo el manto de una educación sentimental. Aunque una incógnita cabe por resolver: ¿será Milan Kundera el último kafkiano?  

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