Tres cuartos de cuartilla para Manolo: Vivere vuol dire essere partigiani

    

Riccardo Cuppini: Proletariat (foto: flicker)
  

    «Vivere vuol dire essere partigiani», defendía Antonio Gramsci. Aquí, en el paraíso artificial donde se sobrevive entre fortalezas vampíricas y atomizadas bastiones narcisistas, resulta cada vez más improbable poder proclamar aquella máxima facultada a señalar un horizonte inflado de esperanza. La indiferencia, brotada desde las entrañas de la hedonía depresiva y enaltecida hasta hallar un caprichoso lugar en el Olimpo donde no hay detective Carvalho capaz de resolver el crimen acometido a toda un cúpula militar de deidades borrado de la faz del imaginario colectivo, acampa a sus anchas. Los reflejos de las pantallas, sustentados como chupa-chups por los citoyens carentes de courage, se han encargado de hacer realidad el cuento de la bella durmiente, pese a las advertencias de Robespierre, una de las tres hadas madrinas sepultadas por torres de apilados lomos del olvido. El autocontrol y la designación sacralizada del ciudadano como consumidor en un cosmos donde se mercantiliza la lucha del medio ambiente y el anticapitalismo como producto de entretenimiento en las pantallas de nuestros cines o en conciertos solidarios, se ha encargado de allanar el avance de una desideologización que ni siquiera Humpty Dumpty podría explicar a Alicia. Es por tanto lógico que en el ruedo político, emitido vía streaming, se haya desatado una guerra hobbesiana al son luctatorio de una canción ecléctica y carente de reglas. Ante la interpasividad y la distancia producida por la búsqueda constante de estímulos y narcóticos para apaciguar el estado kafkiano de las cosas, la arena política ha quedado relegada a un ámbito donde se ha ido expandiendo paulatinamente la mentira y el embrutecimiento, terreno fértil para los nietos de Franco y sobrinos de Mussolini. Los espacios e instituciones públicas, mermadas por el duty free canonizado como burocratizado durante décadas por Mr. Monopoly, aparece como objetivo a derribar y convertir en un no-lugar por las tropas zombies del realismo capitalista. Sin embargo, aún quedan pequeños núcleos de resistencia semejantes a alguna aldea gala de cuyo nombre quiero acordarme. Hay remembranzas de sueños navegados por el Corto Maltés y ecos de cantos emitidos por Silvio Rodríguez. Hay, en suma, una generación todavía latente que antes del albor del fin de la Historia fukuyamesca, vivió y portó símbolos que han desembocado en nuestros días. Pero, ¿serán próximas piezas de museo o se podrán ver y volver a utilizar bajo el efecto de su reformulación? En ellos rezuma la fuerza bruta de la búsqueda constante de alternativas que hoy parece hundirse en el aburrimiento. Conforman estos sujetos históricos en vías de extinción, los antaños modelos de Delacroix, un dique ante el avance del delirio. Aunque, ¿durante cuánto tiempo? En las últimas citas electorales de nuestro país, el avance del bloque reaccionario no ha cesado y sigue creciendo. No nos engañemos: la alerta antifascista no ha desaparecido y se muestra en nivel 3. Y aquí seguimos, Manolo, los últimos robinsones, habitantes en las antípodas ideológicas y ontológicas, de necios que no cesamos en creer lo que decía Antonio Gramsci, aunque estemos al borde del precipicio: «vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano (…) La indiferencia es el peso muerto de la Historia»

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