¿Quién teme a los hermanos Gutiérrez? (y III)

III. 

       Recuerdo bien el día que todo cambió, tanto para mí como para Ramón. Era noche cerrada y de pronto tocaron. Abrí y allí estaba, cabizbajo, hecho una figura azulada, calada hasta los huesos, no más. Afuera llovía a cántaros. «¡Ei! ¿Qué pasa Ramón?», le dije pero no se inmutaba. Parecía un alma en pena, un ente surgido de las entrañas del olvido. Lo tuve que jalar para meterlo en casa. Lo senté en la cocina, frente a la mesita y, tras buscarle una toalla, seguía como abstraído, con el semblante pálido, mojado. Comencé a preocuparme. Con un tono suave, casi susurrando en mi propia casa le preguntaba incesantemente qué le pasaba. Comenzó a apretar la mandíbula, sin cesar de mirar al vacío. «Yo…Alberto…Yo…», intentaba decirme pero se descompuso en un lloro gutural. Temblaba, se ahogaba con la cabeza hundida entre sus antebrazos apoyados sobre la mesita. Nunca lo había visto así. Le preparé algo para calmarse y permanecí junto a él largo rato en silencio. Quizá había pasado una hora cuando tras unos tragos comenzaba a verse más entero y algo calmado. A veces me miraba de soslayo, tomando largos suspiros, buscando un equilibrio. Se mordía los labios bajo su denso bigote y de pronto comenzó a explicarme con serenidad: 

       «Después del velorio de Don Anselmo fui a casa de Marga. Me la había encontrado allí —decía asintiendo, conteniendo las lágrimas, mordiéndose el labio inferior. Suspiró— y tuve que verla. No la había vuelto a ver después de regresar. Al principio no contestaba a mis llamadas pero finalmente me abrió. Tenía la cara cubierta. Su casa permanecía oscura, gris, como nunca antes la había visto. Me llevó a la cocina, alumbrada por el reflejo de las velas, envueltos en un halo anaranjado en mitad de la oscuridad. Había algo extraño en su distancia. ¿Qué te pasa, Marga? Órale, dime, insistía. Se echó a llorar y hundió su rostro entre sus antebrazos. La intenté calmar, le sostenía mi mano que se fundió con la suya. Marga, por favor. ¿Qué ha pasado?, le dije. Elevó su rostro y vi sus ojos cristalinos tras la mantilla y un paño negro que cubría su rostro. Se fue tranquilizando y comenzó a descubrirse. Y entonces, Alberto, sin cesar en ver sus ojos, vi su antiguo rostro puro y sedoso totalmente desfigurado, con una cicatriz enorme que se prolongaba hasta su comisura. Sin dejar en sostenerla me puse de rodillas frente a ella. Tiritaba, me sonreía. Yo sonreí igualmente, la acaricié y me besó la mano antes de darnos cuenta que estábamos llorando a lágrima viva y fundirnos en un eterno abrazo, cogiéndome la cabeza y apretándolo contra su vientre. Me descompuse y no cesaba en dar brincos de dolor, en hundirme en un llanto apagado contra ella. Y cuando nos fuimos tranquilizando y pude contemplarla bien, le dije que no se preocupara. Que siempre estaré con ella. Pero te juro —decía mientras tomaba una postura virulenta, las cejas arqueadas y un dedo índice amenazante mientras le temblaba el mentón —que me cargaré a todos los hijos de puta, Alberto.»

    Suspiré y asentí sin dudarlo. Era nuestro destino. Aquella noche cayó rendido. Yo estuve un rato despierto, creo que ni dormí. A veces cogía la guitarra y tocaba aquél o el otro tema. Sonreía triste nuestras ilusiones de ser grandes músicos. Cuando comenzó a clarear algo la madrugada, Ramón se desveló. Había preparado café y se sirvió también una taza. Vino con ella y se sentó junto a mí en el porche. Había una tranquilidad sórdida y, sin mediar palabra, contemplamos cómo acompasadamente iba clareando el día todavía envuelto en un azul místico y a lo lejos, el desierto gris. Me encendí un cigarrillo y sin apartar la mirada de aquel paisaje de paz le pregunté hacía dónde iríamos. 

—Primero a casa de José —dijo relamiéndose —y después el resto. 

—Bien —contesté. 

    Y supe que nada sería como antes. Ahora solo llevo mi guitarra y anuncio a la muerte, yendo y viniendo por toda la comarca, desapareciendo y apareciendo en algún punto del desierto o de la frontera de ambos países. Hasta que Ramón vuelva junto a Marga, su único y eterno amor. Su jardín, en este podrido mundo. 

-Fin-

By W. 


Comentarios

nmj.graphiteart ha dicho que…
Estaría bien que no fuera un cuento. Como un superhéroe de Marvel...
Diebelz ha dicho que…
Es más que probable que los Hermanos Gutiérrez existan, allá en la frontera...
nmj.graphiteart ha dicho que…
Wow... q se pasen por mi casa q tengo una lista 😅

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