Agustín Espinosa - Crimen
«Vamos soñando pesadillas por la vida. Sueños de otros mezclados con nuestros propios sueños sueños».
- Agustín Espinosa, en Crimen, 1934
Hubo un tiempo -hace ya catorce años- en cuyo archipielágico sueño braceaba, custodiando grillos bajo mi pecho. Y recalé sin mesas enredadas, acaso flores, en una isla donde el tiempo se diluía como una yema de huevo sobre la línea de un cuchillo ensangrentado. La herrumbre picante, picón de regaliz, esponjosos vientos, sedeño respirar. Allá, en la dorada soledad flanqueada por la geometría tostada y ligera, al fresco, me deslizaba entre silencios en vigilia. Y contaba cuentos bajos en azúcar, pero sesudamente apacibles para aquellos locos bajitos cuyas raíces saboreaban antes la verdad de la sal que el réspice del verdugo centrifugado. Allá, inmersos en el sistema digestivo de Agustín Espinosa, bandadas de pájaros bibliófilos cantaban sin puntuación versos hasta el amanecer. Y confieso que yo, mientras hería con dulzura cuerdas o rondaba entre noctámbulos coladeros de leche, vestido de azul alrededor de un charco, ciego romancero, también leí "Crimen".
Y no sé si pasó el tiempo o está por pasar -catorce años- que al costado de una lámpara, hecho ovillo sumergido en el litoral tentado en abatir al aduanero de la matinal, ya en coordenadas ajadas, no puedo cesar en disparar flechas de asombro. Puntuadas, gemidas, afiladas capacitadas para reblandecer a la mudez de la noche. Como catorce años sin darle cuerda. No hay formol, siquiera cartón piedra, insípida indiferencia. "Crimen" -y sus crímenes- es la virulencia de la poesía, el dolor de las yemas de los dedos, bocas colmadas de hormigas llenas de pánico, el imperecedero ayeo, la bulería del sexo amputado, el vómito ofuscador, la cefalea que precede y se ahoga en un llanto.
Desenfrenado y sin consuelo, maldito, es cierto. Extingo la luz. Me extingo y solo soy sereno oleaje. Percibo el amortiguado sonido de una bocina lejana y ballenera, mientras la luna glasea los cuerpos hundidos en tinta azul. Es cierto. En siglos del espectáculo, el correctismo y sus horas de cemento, no hay cabida para el surrealismo. Ni para la fiera, tierna sensibilidad, canicas que se repliegan en sus estuches de caracol.
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