Beirut
Una pira encendida, bajo lo que fue una alfombra tejida con manos ajadas, comienza a resquebrajarse. Milenarias lenguas de fuego alumbran la última frontera, luciérnagas enrojecidas levitan enfurecidas en torno a la hoguera cuya querencia no ha sido atendida por una oscuridad obsesionada con la represión, la expulsión de toda luz. La silueta contempla el crimen desde lejanas coordenadas, como una disonancia incapaz de encarecer su existencia con sonrisas patentadas para ocultar el horror. Horror al vacío, piensa con una risa desatada la reina de los indiferentes en la gran pantalla, el vendedor de perfumes afrutados y el sastre de los uniformes fascistoides que desfilan por la pasarela de la desidia.
Y se desrisca. Se desrisca ante la semiótica oceánica un cuerpo de poesía, la voz cascada de Casandra; desfallece ahogada la melodía de Marvin Gaye, la esperanza de la Comuna de París con sus hijos de un mayo a la deriva. Ruge el ciego oleaje que devora, con apetito, a los inocentes y desamparados. Vuelven a zumbar las hélices de la apocalipsis. Silban bombas histéricas. War, children, it’s just a shot away.
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