Tres cuartos de cuartilla para Manolo: Déjà vu
Ahora estoy fuera, ahora estoy aquí
El agua huele a veneno
Y un pájaro muerto pasa y muere
El camarero toca el piano
Somos los últimos de ciento diez
Esperamos hasta que el tiempo pase
- Herwig Mitteregger, en su tema Déjà vu, interpretado con el grupo Spliff, 1982
Hubo un Papa elegido por sorteo, dado que debía corresponderle solo a Dios el designio de su voluntad manifestada en lo que los humanos denominan casualidad, azar, acaso suerte. Tras su proclamación, el nuevo vicario de Cristo hizo el equipaje y, de inmediato, emprendió viaje hacia la Franja de Gaza. Allí, sin chaleco antibalas, entre niños y mujeres que dormían entre escombros y bajo lonas de plásticos, el Papa anunció frente a las cámaras del mundo entero que no abandonaría Rafah hasta que no cesaran los ataques israelíes. Mientras, la banda Brötzmanns Kinder, tildada por algunos gobiernos como grupo terrorista, acomete quizá su mayor logro insureccional desde su fundación. Horas antes de la emisión del Festival de Eurovisión, el grupo activista consigue, en una acción coordinada, tumbar la red de internet en toda Europa y tomar las sedes de las principales cadenas televisivas, desde Torrespaña en Madrid pasando por el Broadcasting House de Londres hasta el Hauptstadstudio localizado en Berlin. Así, durante horas, se emiten por todo el viejo continente solo programas culturales con el logotipo de la banda Brötzmanns Kinder (el busto del ladrón Hotzenplotz): el ballet «el Pájaro de Fuego» de Stravinsky, con orquesta dirigida por Alan Gilbert y actuación de la compañía de danza Bolshoi; una vieja pieza del programa literario «El cuarteto literario» y en la cual se discute acaloradamente sobre la obra de Clarice Lispector y, posteriormente, sobre el legado literario de Stefan Zweig y Joseph Roth. Y antes de que los operarios pudieran volver a restablecer la red de internet y las cadenas televisivas tomar el control de sus pupitres de mandos, la banda insurgente se despedía con un mensaje oficial, animando a los telespectadores a apagar la tele, los móviles y salir a pasear con la bicicleta o leer un buen libro en el parque.
Al mismo tiempo, el Air Force One ya permanecía 48 horas en pista de la base aérea Andrews, Camp Springs, Maryland. El comandante y demás miembros de la tripulación habían secuestrado al presidente Donald Trump junto a sus adláteres y no le permitirían salir del coloso aéreo hasta que anunciara, por escrito y públicamente, tanto su dimisión como la del vicepresidente y resto de integrantes de su gabinete. En Alemania el Tribunal Constitucional ilegalizaba oficialmente al partido de extrema derecha AfD y en una visita oficial a Italia, Benjamin Netanyahu era detenido al salir del Hotel Hilton por orden del juez Salvatore Massio, nuevo faro de la justicia internacional y proclamado por algunos miembros del circo mediático como el «Baltasar Garzón italiano». Cientos de miles de rusos se concentraban en la Plaza Roja de Moscú para exigir el fin de la guerra en Ucrania. Los soldados desertaban por doquier y Putin tuvo que ceder ante la presión de la ONU que exigía zonas no militarizadas y el envío de los cascos azules a Ucrania. En las olvidadas islas Canarias el grupo activista Chaflamejas perturbaba el sueño de los ocupantes de viviendas vacacionales mediante caceroladas permanentes y bajo el consentimiento de los cuerpos de seguridad. Desmarcándose de la enternecedora carta de 300 cineastas que abogaban por una reflexión sobre lo que acontecía en el mundo, el casi nonagenario Ken Loach, su amigo Paul Laverty y una veintena de seguidores suyos optaron por la acción directa: arrojaron botes de pintura contra Almodóvar, Juliette Binoche y Kristen Stewart al desfilar por la alfombra roja; algunos se colgaron de las cortinas durante ciertas presentaciones o rajaban las pantallas de proyección. Tras el pago de una fianza y a la espera de juicio, Ken se presentó ante los medios de comunicación en rueda de prensa. Manifestó que su boicot contra el festival de cine era una respuesta ante la indiferencia y la cínica pose imperante de los artistas ante la barbarie. Pero también lo siguiente: «Señores, todo esto es un sueño. Cuando despierten nada de esto habrá ocurrido. Porque la requerida osadía y voluntad para cambiar el mundo se halla ausente, fuera de carta. Recuerdo muy bien un lema pintado sobre una pared de aquel Mayo del 68: “La acción no debe ser una reacción sino una creación”. Mientras tanto, este estado del mundo suena a un tema de Spliff. Buenas noches y buena suerte».
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