Crónica de un primer cuarto del siglo XXI
«Here am I floating round my tin can,far above the moon.Planet earth is blueand there's nothing I can do».
- David Bowie, en su tema Space Oddity, 1969
Una oblicua luz dorada perfilaba el ojo de buey rellenado de una oscuridad eterna cuando sonaba un fáustico solo de guitarra propio de Tony Iommi.
—Baja la música, Ozzy —pidió James A. Lovell tras chasquear con la lengua su paladar y arrugar levemente el entrecejo.
El antiguo comandante de la misión Apolo 13, levitando ingrávido ante uno de los cuatro giroscopios de control de movimiento de la ISS, se viró entonces suavemente para tomar contacto visual con el cantante oriundo de Birmingham.
—¿Ya reparaste el CMG-II? —le preguntó Ozzy Osbourne con su cejas arqueadas y las pupilas asomándose por encima de sus oscuras lentes redondas.
—Tenías razón. Uno de los cardanes motorizados estaba dañado. ¿Siguen todos en sus sacos?
—Menos ese —y Ozzy señaló con su pulgar en alto a un anciano de pelo canoso y bigote, de mejillas encendidas y constitución corpulenta que, embutido en su saco de dormir, cobraba la similitud de un oso perezoso.
—Bueno… —comenzó James A. Lovell, intentando recordar quién era el hombre que dormía todavía plácidamente —. Reúne al resto de la tripulación en el módulo de la cocina. Voy a revisar los filtros de aire.
Ozzy asintió y empezó a distanciarse girando en torno a sí mismo con cautela para llegar hasta el siguiente módulo acoplado. Allí, Ozzy, con su cabello largo recogido y semblante grogui, halló al primer compañero. Se aferró a uno de los múltiples asideros instalados en el interior de la estación espacial e intentó recomponer su compostura. Extendió su brazo y tocó con las puntas de los dedos el hombro del astronauta que pedaleaba sin cesar. Al notarlos, el hombre se espabiló, desembarazándose de su profunda meditación, girándose en el momento y retirando uno de los auriculares encorchados en sus oídos.
—¿Qué anda escuchando Su Santidad?
El Papa Francisco I, metido en un mono blanco con el escudo del Vaticano sobre su pecho y el solideo cubriendo su coronilla, resollaba sin dificultad.
—Bah…Nada del otro mundo, ¿viste? Este…una canción de Édith Piaf —respondió, posándose sobre la figura de Jorge Bergoglio un panel de luz solar —. Escuchar «Adieu mon coeur» mientras contemplas este horizonte infinito, que es el borde del planeta Tierra, es toda una experiencia.
—¿Mística o estética?
—Nostálgica —admitió el antiguo vicario de Cristo, restregándose la frente con la punta de una toalla que colgaba de su cuello.
—Lovell nos quiere a todos reunidos en el módulo de la cocina.
—Yo ya desayuné. Aunque no me acostumbro a esta comida espacial. Todavía ando con diarrea.
—Dímelo a mí. Lo que daría por un buen desayuno inglés: tocino, huevo frito, salchichas, champiñones, judías horneadas, patatas fritas y tomates a la parrilla….¡Buah! Eso resucita a cualquier muerto.
—«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá». Juan 11:25. No hace falta atiborrarse para ello, pibe.
—Ni muerto nos deja soñar a los muertos, ¿eh, Su Santidad?
Francisco I se encogió de hombros y dibujó una sonrisa socarrona.
—Sin embargo, creo que la reunión es para abordar otros asuntos…Bueno, le dejo. Voy a ver dónde se ha metido el resto.
Tomó entonces leve impulso y, girando sobre sí mismo, Ozzy prosiguió con su eterna caída hacia el siguiente módulo, mientras Francisco I retomaba sus ejercicios matinales como inauditos en un espectro. En la contigua sección del ISS se hallaba una señora con el cabello plateado recogido, absorta ante un cajetín que había extraído de la unidad del portaexperimentos.
—¿Se portan bien? —preguntó Ozzy aferrándose a un asidero.
—Si. Lo que me dan pena, la verdad —respondió Jane Goodall, introduciendo su mano en el cajetín para cambiarles las barritas de comida a los pequeños ratones blancos que chillaban y olfateaban curiosas la mano invasora.
—Ya…Un eterno dilema, supongo.
La antigua etóloga retrotrajo su mano y cerró la compuerta del cajetín. Se viró hacia Ozzy dando un fatigado resoplido de sí.
—Para nada. Me opongo rotundamente. Existen alternativas mejores que someter a los animales con horrendas torturas. Lo que pasa es que no hay voluntad y se quiere abaratar costes en la investigación. ¿Acaso no se pueden emplear tejidos humanos o células madre en la investigación biomédica?
—No sé…Aquí arriba he tenido tiempo para leer su libro «A través de una ventana: Treinta años estudiando a los chimpancés». Y la verdad que me dio que pensar.
—Ya sé que falta materia gris en gran parte de la población mundial para generar un nuevo paradigma. Pero ya que lo hacen, que sea al menos con un mínimo de dignidad y respeto.
Ozzy asintió ante las palabras de Jane y le vino a la mente sus 14 perros y 3 gatos que había adoptado antes de morir. Pero también cierto resquemor.
—Pertenezco a esa clase de personas. Creo que aprendí tarde porque, en vida, también cometí atrocidades.
—Bueno, al menos los reconociste y te arrepentiste. Incluso rectificaste, ¿no?
—Supongo… —balbuceó El Príncipe de las Tinieblas antes de recordar la razón por la cual quería encontrar a Jane —. Por cierto, Lovell nos ha convocado para una reunión en la cocina. En cinco minutos, más o menos.
Jane ya estaba de espaldas abriendo la unidad del portaexperimentos cuando le aseguró que acudiría a la cita después de revisar el estado de las Arabidopsis.
Al adentrarse en «El Mirador», un módulo con siete ventanas que permitía obtener una visión panorámica del resto de la base, la Tierra y el espacio, Ozzy quedó sorprendido por la postura de del enigmático espectro. Es cierto que levitaba, pero su caída en la microgravedad parecía inexistente, tomando una postura de flor de loto, con las palmas de las manos cubriendo ambas rodillas.
—Lo sé. Dentro de 5 minutos en la cocina.
—¿Cómo coj…? Oye, ¿cómo lo haces? —le preguntó Ozzy, concentrado en llegar a él sin colisionar torpemente con los controles del DSN.
—Je.. —sonrió con los ojos sepultados —. Para llegar al moksha se requiere prácticamente una vida, amigo.
—¿Eras monje o algo parecido en la Tierra? —preguntó Ozzy, ya flotando a su lado.
—¡Qué va! Era actor de cine.
—Pues no recuerdo ninguna noticia sobre tu muerte en los periódicos.
—Je…Occidentales…
Ozzy lo contempló un rato en silencio y asintió algo incómodo. Después alzó la mirada y apreció una vista cautivadora. Bajo las ventanas resplandecían cobrizos los paneles solares y, ante ellos, la eterna curvatura de la Tierra, perfilada con un brioso celeste. Un manto lechoso parapetaba el intenso azul oceánico bajo el horizonte y aquí y allá se desgarraba en penachos de nubes, dejando entrever la presencia de los continentes e islas hasta languidecer con el atardecer, asomándose su extinción con la disolución de los colores, pasando de un rojo herrumbre a un estado violáceo y, después, pasar a ser engullidos por la oscuridad situada a sus pies. Ozzy, embelesado, había comenzado a notar un extraño estado de calma cuando de pronto percibió una molesta señal proveniente de los controles del DSN. Así, Ozzy se desprendió del pasamanos y se despidió del misterioso actor de cine para encontrar a Aida.
Se hallaba la joven junto a un hombre más mayor que ella, tecleando algo sobre el portátil fijado al módulo de servicio.
—Vaya…Dos pájaros de un tiro. ¿Qué andan haciendo?
—Estamos comprobando los radiadores exteriores. Digan lo que digan, esta estación espacial se está cayendo a cachos —respondió Aida.
—¿Y tú? —se dirigió Ozzy al hombre de frente ancha y despejada —¿Te vas enterando de algo, Gene?
—¡Qué va! Menos mal que tenemos a Aida entre nosotros.
—Ya…Sigo sin entender muy bien qué haces aquí, la verdad.
—Vete a saber. Quizá alguien pensó que sería gracioso tener a un antiguo actor de Hollywood como fantasma espacial.
—Ahora que lo pienso…¿Tuviste algún papel como astronauta cuando vivías?
—Pues sí…en una película de John Sturges que se titulaba «Atrapados en el espacio». Irónico, ¿verdad?
—Jaja…Bueno, Lovell nos quiere reunidos en la cocina.
—¿Ahora?
—Ahora.
La joven palestina volvió a comprobar furtivamente la pantalla del portátil antes de asentir y emprender camino hacia la cocina. Mientras Aida encabezaba el abandono del módulo IV, Ozzy y Gene Hackman la seguían ayudándose de los pasamanos que se encontraban nadando tras ella.
—Por cierto, Gene…Ese chino que saca fotos desde «El Mirador» me dijo que fue actor de cine.
—¿Chino? ¿Tatsuya Nakadai? ¡Jajaja! ¡Pero qué dices! Tatsuya fue uno de los mejores actores de cine del mundo. Fíjate lo que te digo: no de Japón…¡Del mundo! Si era mejor que yo…
—Vaya, pues…
—Nada. Después te enseño algunas películas de Masaki Kobayashi o Akira Kurosawa donde aparece como actor principal. Aunque también vale la pena verle en el filme «Hachiko».
Dominaba el módulo de la cocina una enorme mesa redonda y blanca en torno a la cual se fueron sentando los miembros de la tripulación. Percibían el ininterrumpido zumbido de la estación espacial mientras se abrochaban los cinturones fijados en sus sillas, salvo Tatsuya Nakadai que, en pose de flor de loto, seguía flotando entre Jane Goodall y Gene Hackman con un equilibrio que hacía temblar toda ecuación posible. James A. Lovell golpeó un sobre marrón contra la superficie de la mesa y, tras carraspear y saludar a todos los espectros allí presentes, aclaró el motivo de la reunión.
—Como sabrán, las circunstancias por las cuales estamos aquí son verdaderamente extrañas. Sí, sabemos que todos nosotros hemos fallecido durante este año 2025 que, por lo que he podido observar, sigue siendo el mismo año. No he apreciado variación en nuestra noción del tiempo. Y nuestra condición de espectros es también inexplicable. Y hay otras muchas cosas que no entiendo, la verdad.
—Quizá estemos experimentando una alucinación colectiva —sugirió Ozzy con el mentón fruncido y mirando por encima de sus oscuras lentes al resto de la tripulación —. No sé…Quizá estemos en coma inducido y, por el motivo que sea, lo estamos flipando en colores. Cosas así se pueden dar, ¿no?
—Caro amico —comenzó Francisco I esbozando una sonrisa, con voz paternal—. No hay que darle muchas vueltas al asunto. Esto es simple y llanamente la voluntad de nuestro Señor. Recuerden lo que escribió Mateo: «Para Dios todo es posible».
—¿Y si nos encontramos en otra dimensión?
—Insensatos. Estamos superando el Samsara. Simplemente nos encontramos en el Navayāna…
—Pues volviendo con el tema de las drogas, leí más allá que…
—Silencio…A ver…¡Silencio! ¡BASTA! —gritó el antiguo comandante de la misión Apolo 13, consiguiendo que solamente se volviera a percibir el retumbar de la estación espacial—. A ver…el caso es que ayer, tras despertarme en el saco de dormir fijado en el módulo insonoro, encontré este sobre.
James Lovell elevó el sobre para, a continuación, extraer de él un folio.
—Pone lo siguiente: «Evaluad este primer cuarto del siglo XXI. Pensad en los hechos más relevantes de la humanidad y dejad vuestras conclusiones por escrito. Atentamente: David Lynch».
—¿David Lynch?
— Bueno, viéndolo así , la cosa cobra sentido, ¿no? Porque nuestra situación parece muy lyncheana.
—No entiendo nada…
Tras un breve silencio, solamente interrumpida por alguien que tosió levemente, Gene Hackman tomó la palabra.
—Bueno…Ehm…Antes de evaluar estos primeros 25 años del tercer milenio quisiera poner sobre la mesa un asunto que no entiendo. Bueno, no entiendo nada, la verdad , pero…¿Por qué todos somos aquí celebridades? ¿Y por qué precisamente nosotros y no otros? Es que antes consulté internet y hay más famosos que han fallecido durante este año: Diane Keaton, James Watson, Hulk Hogan…
—Si, tienes razón. Pero sinceramente, ¿se imaginan a Vargas Llosa, Hulk Hogan y Jean Marie Le Pen en la estación espacial?
—No sería la International Space Station sino más bien la «Estrella de la Muerte».
—De todas maneras, y al margen de una posible correlación modular o una casuística fortuita, aquí también tenemos a Aida que no fue una celebridad.
—Cierto. Yo fallecí durante el genocidio de Gaza.
—Vaya…tan joven…¿Sabían que Aida era una prometedora estudiante de astrofísica? —con amargura, Gene Hackman sacudió la cabeza. Después, intentando contener su enfado, alzó el dedo índice y señaló al folio —. David quiere una evaluación, ¿eh? Pues muy bien, apunta allí que mi conclusión es que el mundo sigue siendo una porquería.
—Gene…
—¿Quieres pruebas, James? Tatsuya, muéstrales lo que encontrase.
La antigua estrella japonesa de cine proyectó entonces con sus poderes psíquicos una holografía refulgente sobre la mesa. En ella se apreciaba la fotografía tomada desde la propia Estación Espacial de una Franja de Gaza en escombros.
—Yo ya advertí de todo esto —señaló abatido Francisco I —. No se trata solamente de Gaza o Ucrania, Irak, Afganistán, del Congo, Sudán o Mali; Haití y demás zonas de conflictos y guerras. Se ha alimentado una pérdida del sentido de la Historia que nos ha disgregado todavía más. Toda destrucción es válida, salvo la necesidad de consumir sin límites y que acentúa el individualismo hueco. Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites.
—Advertir, advertir… —comenzó a decir Jane Goodall con los brazos cruzados sobre su pecho —. Parece como si predicáramos en el desierto, y nunca mejor dicho. Desde aquí se puede avistar mares disecados, el Amazonas con columnas grises, en llamas; atolones e islas desaparecidas, verdosos parches devorados ante el avance del desierto…Su Santidad, admito que su mirada con lupa marxista me ha sorprendido, pero no puedo estar más de acuerdo en que la destrucción de los ecosistemas y su biosfera está estrechamente ligada a un modelo dogmático como herético, heredado de siglos pasados.
—¡Che, Paco! ¿Qué pasa acá?
Un tonel apareció en la estancia, flotando sobre los demás espectros allí reunidos. Con ojos achinados, afilada nariz y una dilatada sonrisa, el hombre de vientre ancho flotaba boca abajo, sin rumbo.
—¡Pepe! Por fin despertaste.
—Si…Este…La cosa es que, como declarado ateo, pensaba que no iba a volver a despertar —dijo el octavo pasajero con voz nasal.
—¿Y este quién es?
—Pepe Mujica.
—Ah, o sea que junto a Aida tenemos a otro que no es una celebridad.
—Fue presidente de Uruguay.
—Lo que digo…
—Anda, Pepe, abróchate a esa silla que está vacía.
—No, dejá… —y abanicó con la mano, renunciando a la invitación —. Jeje…Esto de flotar me gusta. ¿Hay mate?
—Señor Mujica, estamos aquí intentando de evaluar el primer cuarto del siglo XXI. La cosa es larga de contar, después le pondremos al día, pero le pediría encarecidamente que participara en el debate. Y si no recuerdo mal, creo que allá en la unidad de alimentos espaciales vi un sobre que ponía «Mate».
Mientras Pepe Mujica nadaba a braza y boca abajo en búsqueda de un reconfortante mate, Tatsuya Nakadai tomó la palabra:
— El mal, que hoy se intenta de difuminar patologizándolo, habita en nosotros. Recuerden la islamofobia desatada tras el atentado de Las Torres Gemelas, la proclamación de guerras culturales, el conservadurismo de masas, el fascismo y el nazismo habitando la Casa Blanca o el Palacio de la Moneda, la pervivencia y regularización del argot bélico en el lenguaje cotidiano…Todo ello confirma que nadie se ha enfrentado al odio con la requerida lucidez y valentía para verse en el espejo y admitir que la redención también habita en nosotros.
—Te escucho y no me parece descabellado que le hayan concedido el premio Nobel de Literatura a László Krasznahorkai. El mundo, a fin de cuentas, se asemeja a su obra, a un «Tango satánico».
—Mirá, la cosa es más simple… —empezó Pepe Mujica tras chupar brevemente de una pajita insertada en un sobre de mate galáctico, flotando a la deriva sobre el resto de las cabezas pensantes —. Acá tenemos a un cristiano, un budista, una musulmana y a un ateo…¿Y qué sacamos en claro? Que el único Dios al que ahora se venera se llama Mr. Monopoly.
—Bueno, Pepe…
—Este…Un ejemplo: ¿Qué hace el sucesor de Paco ahora? Canoniza a influencers, suelta un discursito y después se encierra en el Castel Gandolfo para ponerse sus pantuflas y ver el último partido de los Chicago White Sox. Toda fe debe ir ligada con actos de fe. Y el único que lo lleva a cabo es el capitalismo que mercantiliza hasta a tu suegro.
—Tengo entendido, señor Mujica, que usted se define como socialista y…¿qué hace la Izquierda? —preguntó Ozzy.
—Que anda en Las Robinsonadas de Marcel Costat.
—O sea, inexistente.
—Más bien anda perdida en una semántica apolillada. Como el liberalismo conservador ha experimentado una deriva hacia la extrema derecha, la socialdemocracia hacia postulados liberales y el resto de la izquierda pseudo radical se ha acomodado en el salón de la socialdemocracia, no le queda nada más que conservar el endeble estado del bienestar con reivindicaciones y métodos vintage.
—Ay…Pensaba que llegado el año 2025 ya estaríamos en un escenario parecido a los que esbozaba Ursula K. Le Guin.
—No vas mal encaminado. O a los de Philip K. Dick. Pero lo cierto es que vamos con retraso porque, temiendo nuevos paradigmas u oteando nuevos horizontes, nos empeñamos en hurgar en las ranuras de la poltrona del siglo pasado.
James A. Lovell se impacientaba visiblemente. Y con mucha razón, porque los espectros espaciales allí presentes habían iniciado un debate cuya hechura se adivinaba -parejo a sus existencias- supeditada a la eternidad. Animosos y con suma diligencia, habían deliberado sobre el creciente cientificismo fundamentalista representado por Richard Watkins y de cuyos peligros ya había advertido Ortega y Gasset o el paleontólogo Steven Jay Gould, garante y defensor del paradigma panglossiano. Pasaron a discutir sobre el decrecimiento del sistema tonal en la música, desde Arnold Schönberg hasta Rosalía, el sombrío cine del nuevo milenio sin salas de cine, la poesía varada tras el némesis consumado en cenas de empresas; la arquitectura escultórica regurgitada por Calatrava, Foster y Zaha Hadid mientras Francis Kéré abogaba por edificios de sentido común y comúnmente rechazados por los constructores de presuntuosos y mayestáticos estadios de fútbol. Internet, antaño una posibilidad utópica de comunidad humana, se convirtió, según los espectros, en una pesadilla de Elm Street. Y así continuaban los fantasmas, intentando de evaluar un lapso de tiempo en cuyas entrañas se hallaba la teoría de cuerdas, las pandemias del devenir, como la inteligencia artificial de chiste, si se comparaba con el Golem XIV de Stanislaw Lem.
— Creo que es suficiente.
—¿Quién…? ¿Son cosas mías o ha hablado el microondas?
—Así es. Soy el espíritu de David Lynch enfrascado en un microondas — respondió el electrodoméstico, dando de sí pulsaciones de luz rojiza con cada palabra emitida —. Por cierto, ¿Alguien tiene un cigarrillo para mí? Me muero por uno.
—¿Desde cuándo fuman los microondas? Además, ya estás muerto…
— Es verdad. Es que cada vez que recaliento un café me entran ganas de un piti…
— Bueno, como te imaginarás tenemos muchas dudas que espero nos puedas resolver.
— Ya veo. Podríamos aquí siguiendo con la discusión y creo que no sacaríamos nada en claro sobre la humanidad y su devenir…
— No, no se trata de eso… —balbució James A. Lovell —. Me refiero a nuestra situación. ¿Qué hacemos como espíritus en una Estación Espacial? ¿Por qué nosotros? ¿Y a qué viene esa evaluación que nos solicitaste?
— ¡Ah! Te refieres a eso… Pues sé menos que una Chat GPT de esas, porque mi sistema prositónico no alberga resolución alguna para este misterio. Y sobre esa evaluación tampoco sé nada. Simplemente transferí la información recibida por W2683.
— W2683…Parece un código. ¿Será el código de Dios?
— No creo —discrepó Francisco I, mirando al techo, frotándose con el dedo índice su mentón —. Según tengo entendido el código se halla en el Génesis 26:5-10 y englobaría el pasado, presente y futuro de la humanidad. Además, ¿para qué querría Dios nuestra evaluación si Él lo sabe todo?
—Podría ser otro Dios, de otra dimensión. Acaso un quinceañero que juega al rol con nosotros.
—¡Boberías!
—Sea como fuere, lo quiere. He intentado de comunicarme con W2683 pero no contesta.
—Pues entonces, ¿qué le contestamos? —preguntó Ozzy.
—¿Puedo hacer una aportación?
— Adelante.
— Bien. El caso es que os he estado escuchando con suma atención y creo que esto es muy Twin Peaks. ¿Quién mató a Laura Palmer?
—Uff…No empecemos, David.
—¡No! Escucha…En Twin Peaks el tiempo y la realidad son inestables, se podría decir que se camina sobre fragmentos del mismo. ¡Como la nuestra! ¡Quizá podríamos decirle a W2683 que el mundo es Twin Peaks y nunca podremos resolver el misterio de Laura Palmer.
—Creo que te ha dado un cortocircuito, David.
—¿Saben? Oyendo al Hall 9000 lyncheano se me ocurrió lo que profetizaba Roberto Vacca, la aparición de una Nueva Edad Media (Il medioevo prossimo venturo). En resumidas cuentas, Vacca vaticinaba tiempos oscuros debido a una hipertrofia tecnológica incapaz de gobernarse a sí misma y cuyos síntomas serían la aparición en la literatura de la «ruinografía», la melancolía cívica que bascula entre el alarmismo y la resignación, así como un retorno a sistemas feudales.
—Bonito panorama.
—Bueno, no es bonito pero tampoco apocalíptico.
—¿A qué te refieres?
—Que a una parte de la población no les queda más remedio que volver al sistema monástico. Ante el avance de la barbarie, lo ideal sería adoptar el monacato para sobrevivir hasta que surja un nuevo renacimiento. Proteger la sabiduría, el arte, la filosofía, la ciencia, es decir, los libros frente a los bárbaros. Así, las generaciones venideras tendrían la posibilidad de volver a emerger de la oscuridad que supongo ya está aquí.
—Me recuerda al «Cándido» de Voltaire. Nuestro mundo, pese a su imperfección, es el mejor de los mundos posibles. Y nada podemos hacer, salvo cuidar de nuestro pequeño huerto.
James A. Lovell asentía cada vez con más énfasis, arrugando su mentón y, tras proponer a los allí reunidos redactar la opinión esbozada por Aida como evaluación final para un primer cuarto del siglo XXI, todos votaron a favor. Con júbilo, y con espíritu distendido, habían comenzado a preparar una cena majestuosa, al más estilo de las últimas viñetas de cualquier aventura de Asterix y Obelix. Mientras Aida buscaba los sobres de Mapo tofu y Tatsuya Nakadai preparaba la mesa con sus poderes psíquicos, Ozzy dejó que sonara por toda la estación el tema «Space Oddity», de David Bowie, y que el astronauta canadiense Chris Hadfield interpretó en la estación espacial, grabando así el primer videoclip espacial de la humanidad, allá por el 2013. Y sin embargo, no sabían del final que les depararía el futuro.
La ISS, volando a 400 km de altura y a una velocidad media de 28.800 km/h, seguía ronroneando incesantemente. Gene Hackman o Jane Goodall seguirían contemplando el amanecer y el atardecer 16 veces al día, dando cada 90 minutos una vuelta completa a la Tierra. 5.840 vueltas en un año. Hasta que un día, durante el año 2030, un pitido agudo comience a resonar en el interior de la nave que lleva desde 1998 en órbita. Entonces, sus 450 toneladas empezarían a descender paulatinamente; iniciarían su reentrada atmosférica y después, siendo una bola de fuego, desembarazándose de trozos de metal candente, terminaría por estrellarse en el Punto Nemo, el vertedero espacial localizado en algún lugar del Océano Pacífico. Y en su lugar flotarían, entre satélites, más coches de lujo lanzados por Elon Musk. Son los síntomas de nuestro tiempo, de la Nueva Edad Media.

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