#53 Devon Gilfillian - Right kind of crazy (2023)




        Flotaba una lluvia mansa pero persistente sobre el insomnio de la ciudad. Los semáforos irisaban los entumecidos charcos sobre el negro asfalto mientras los neumáticos compelían el irregular avance del náufrago cercado por las figuras de un ajedrez abatido en retirada. De espaldas a la lectura urbana, Leopold Bloom y Stephen Dedalus asomaban una mirada de armisticio sobre sus solapas enaltecidas de un  abrigo oscuro que repelía las balas del industrioso frío. Parpadeaba el rojo, el ámbar, una ráfaga fulminante de azul ante un atrezzo de ala de cormorán. Columnas de vapor emergían con su fétido aroma de las alcantarillas de Edipo Rey. Casandra se asomaba desnuda desde las sombras y contemplaba, a contraluz, desde un noveno piso del Chelsea Hotel, el atropellado pastiche de Blade Runner que nunca pudo componer Jackson Pollock. En alguna ratonera se codeaban Sherlock Holmes y Anthony Bourdain frente a las últimas notas de Chet Baker antes de saltar de una desvencijada ventana en Ámsterdam y Flannery O’Connor, arrastrándose sobre sus dos muletas, criaba sus últimos pavos reales en la azulada neblina de un apartamento cuyas paredes descorchadas anunciaban el final de sus cuentos. Expiatorio silencio mientras las gotas de lluvia se inflan y caen sin crujido alguno al asfalto cuya fragancia a gasolina atrofia las pulsaciones vitales del viandante. Suena ‘Right kind of crazy’, la banda sonora de Fiódor Dostoyevsky o Samuel Beckett mientras deambulan por la noche sangrada los últimos amantes exiliados, aquellos que, insomnes, solitarios forajidos, se cobijan en un abandonado diner, esperando, inútil e irremediablemente, como quien espera a Godot, pero cuyo nombre inconfesable se pronuncia y sabe a amargas cerezas. Desiste, Poirot, el crimen se ha consumado y no hay más sospechoso que el repiqueteo de la lluvia. Te lo dicen aquellos cuyas cabezas aparecen hundidas entre sus escápulas aladas como desplumadas.    

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