Rilke en Las Canteras
No es acorazada mi fascinación por los libros perdidos, aquellos que albergan, bajo sus solapas, enigmas imposibles de descifrar. Me gusta perderme por las callejuelas y llegar a esa diminuta librería de segunda mano para, simplemente, curiosear. Bajar mis cascos cosmonáuticos, percibir las notas jazzísticas de Coltrane o el canto de Billie Holiday y deslizar mis dedos sobre los lomos de todos aquellos libros que tuvieron más de una vida. De pronto mi mirada trasnochada o desleída se enciende y noto trazarse un dibujo de sonrisa bajo mi nariz. Enuncio en soliloquio los títulos, sus autores y autoras; aprecio sus diseños de portada, sus dimensiones, su perfume, su rugosidad. Al hojearlas, a veces, veo las dedicatorias, descubro marcapáginas olvidados o bien aprecio páginas subrayadas, dobladas y me pregunto cómo llegaron a este vulnerable rincón de la ciudad. En algunas ocasiones abandono la librería sin nada bajo el brazo pero, en otras, puedo salir con uno o varios libros, tal y como aconteció la última vez.
Aquella vez me anidé en mi rincón oculto. Me senté -o mejor dicho, me dejé caer- frente al batido de las olas y el aroma de la salitre. Coloqué mi bastón -que es prácticamente un ente animado, o al menos me gusta verlo así- en una silla junto a mí y cerré los ojos para percibir plenamente el rugir de las olas y el viento atlántico acicalándome la cara. Inspiré profundamente. Exhalé. Noté el candor propiciado por el sol sobre mi cara y olvidé las últimas preocupaciones o miedos. Extraje los libros adquiridos. Me sirven el café y comienzo a inspeccionar una vez más los libros, aunque esta vez con deleite hipnótico, casi bolañiano: un compendio de cuentos de Maupassant editado en 1978; en alemán. Impecable, como recién salido de imprenta. Otro libro: Ryszard Kapuściński, levemente manoseado y traducido al alemán. Y por último una recopilación extraña de Rainer Maria Rilke sobre la soledad y el presente, de tapa dura, en alemán y editada en 2001 y con una ilustración de Paul Cézanne. Devuelvo los libros a la mochila, excepto el de Rilke, cuyo título Hiersein ist herrlich (Estar aquí es hermoso) me atrapa.
Contemplo el azul y me pregunto cómo llegó un libro en alemán de Rilke a este rincón del planeta. ¿Por qué adquirió esa persona este libro? ¿Por qué lo llevó consigo a Las Palmas? ¿De dónde era? ¿Por qué lo quería leer aquí? ¿Qué edad tenía? ¿Cómo era? ¿A qué se dedicaba? ¿Por qué Rilke y no Brecht? ¿Por qué yo, que soy medio alemán, se encontró este libro en este lugar, en esta época, en este momento? ¿Por qué lo leí y no lo deseché? ¿Por qué me sacudió algo en mi fuero interno? Y tampoco sé muy bien por qué escribo sobre esto un miércoles después de regresar de las clases de italiano. Será que la vida vale la pena vivirla, aunque sea por su misterio...
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