La trilogía del desierto

 

«Los seres humanos son como tres mariposas ante la llama de una vela. La primera se acercó y dijo: "Yo conozco el amor". La segunda rozó la llama con sus alas y dijo: "Yo sé lo mucho que quema la llama del amor." La tercera cayó en medio de la llama y fue consumida. Solo ella sabe realmente lo que es el amor.»
- basado en el poema de Rumí y cantado en el filme Bab'Aziz, de Nacer Khemir (2005) 

La danza de los átomos en el desierto 

     Es una lástima irresoluta el hecho de no valorar la modestia y su afanosa sinceridad que rezuman ciertos filmes condenados a perpetuarse en los márgenes de la memoria cinematográfica. Y más cuando en ellas convergen múltiples expresiones artísticas rescatas del legado escrutado y absorbido para constituir, finalmente, un armonioso espíritu coherente como carente de fisuras, una mirada de urgente belleza inteligente y cuyo basamento se encuentra bajo la arena milenaria. 


     Muestra de ello podría ser la denominada Trilogía del desierto del desapercibido director tunecino Nacer Khemir y en la cual se percibe su consagración a la literatura, además de su sensibilidad por las manifestaciones de cierta cultura islámica. El devoto admirador del mundo de los cuentos de Las mil y una noches, de los poemas de Rumí u Omar Jayam, nunca ha ocultado su militancia sufí y cuya cosmovisión mística como tolerante plasma en sus filmes. Abandona por tanto la exhibición del desajuste cotidiano del mundo - aunque de forma no explícita y sugerente aborda también la migración y el exilio- para someterse al encanto de la existencia desde un prisma olvidado. Los filmes que constituyen la Trilogía del desierto son siempre la búsqueda impulsada por la inquietud de querer saber, de aquello que no toma en consideración el entendimiento y aun así debe imbricarse en las vidas de sus personajes para sentirse en plenitud, en coherencia con su universo. En El-haimoune (1984), por ejemplo, el profesor (Nacer Khemir) enviado a una aldea que no existe en la cartografía del mundo de la razón entiende, una vez que llega a su lugar de destino, que todo lo que sabe no sirve para impartir clases y comienza a buscar la verdad en la irrealidad, en el misterioso libro. Houcine (Soufiane Makni) y el resto de niños de la aldea, buscan incesantemente el jardín, aunque no sepan cómo y qué es un jardín e incluso lo intentan de construir con esquirlas de vidrio. En El collar perdido de la paloma (1991), Hassan (Navin Chowdhry) busca las sesenta palabras que aluden al amor para saber qué es y Zin (Walid Arakji) a su padre. En el último film de la trilogía, Bab’Aziz (2005), el cuento sobre el príncipe que contempla un estanque y descubre el reflejo de su alma sirve como elemento referencial para todos los personajes que andan errantes en el desierto sin saber qué es lo que buscan, si se halla en el pasado o en el futuro. Porque la gran reunión que todos buscan es solo una metáfora del destino. «Cada uno busca su camino con su mejor don. En tu caso es la voz. Canta, hijo mío, y tu voz te mostrará el camino», le encomienda el viejo Bab’Aziz (Parviz Shahinkhou) a Zaid (Nessim Khaloul). 


       Esta incesante búsqueda tiene además como protagonista al desierto, que no actúa como mero attrezzo, sino como actor, como el reflejo de un estadio embrionario por el cual se debe transcurrir si se quiere atender a la inquietud surgida de la ignorancia para convertirla en un remanso de paz propia del conocimiento. Por ende, el desierto, en el cual nace el ser y la palabra (maravillosa imagen del viejo Bab’Aziz y su nieta Ishtar surgiendo de la arena) es una clara alegoría a nuestro fuero interno, el manifiesto recogimiento de la cual requiere la transformación del ser. Pero es además un espacio enigmático donde se funde lo racional con lo irracional y en el cual se puede apreciar con mayor nitidez la verdadera medición y valor de las cosas. El desierto despeja todo lo maniqueo y artificioso, lo sobrante y espeso que obstaculiza ver con claridad. Si bien es cierto que no cobra un protagonismo permanente en todos los filmes que conforman la trilogía -de hecho en El collar perdido de la paloma apenas destaca-, el desierto es un elemento relevante como bien recuerda un viejo proverbio tuareg: «hay tierras que están llenas de agua para el bienestar del cuerpo, y tierras que están llenas de arena para el bienestar del alma».


       Otro aspecto a destacar en la Trilogía del desierto es la apuesta sin vicisitudes por una narración coral, pese a que el protagonismo pueda, en apariencia, recaer en el dúo adulto-niño (profesor-Houcine; Hassan-Zin; Bab’Aziz-Ishtar). Porque aparte de la mirada cándida del niño -que en El-haimoune o en El collar perdido de la paloma llega a tener un rol activo en la historia- Khemir erige un relato armonioso donde se ensambla la narración literaria en la visual, confiriéndoles a sus filmes el formato propio de una recopilación de cuentos donde todas las voces son una sola voz. O dicho de otra manera, donde la suma de los cuentos confluyen y se funden en un solo cuento. Acompañado por un contraste cromático que evoca a las ilustraciones islámicas medievales, así como un ritmo pausado, propio de la lectura, la Trilogía del desierto es también literatura. Quizá el filme que con mayor claridad homenajea y muestra la importancia de la escritura como de la lectura sea El collar perdido de la paloma, título que alude directamente a la obra escrita en el siglo XI por Ibn Hazm. No hay nada etéreo en ella, en cuanto revela el arte de la caligrafía como una actividad casi sagrada, el intercambio y búsqueda de libros, las misivas del palomar, el culto a la letra wāw. Pero también hay constantes referencias a los relatos recopilados en Las mil y una noches, a los poemas de Rumí, mitos y leyendas persas y de otros lares en toda la Trilogía del desierto


       Algo más distante en el tiempo con respecto a las dos primeras películas de la trilogía, pero también en cuanto a presupuesto de producción, Bab’Aziz se alza como un perfecto epílogo. La colaboración con grandes referentes del cine, tales como Tonino Guerra en el guion, la fotografía del iraní Mahmoud Kalari o la banda sonora de Armand Amar, le confieren al film otra textura en comparación con los anteriores filmes. Si en El-haimoune y en El collar perdido de la paloma  sus personajes se desenvolvían la mayor parte del metraje en espacios amurallados, aquí la itinerancia y el desierto cobran un protagonismo exultante. Los encuadres y planos, semejantes a lienzos orientalistas, se abren más aún y surcan el cielo, tantean el horizonte. Música y poesía se funden, huyen de los opacos tonos para alcanzar el misticismo anidado en su metraje porque, a fin de cuentas, es el acabado que buscaba cincelar Nacer Khemir sobre la filosofía sufí nunca antes llevada a la gran pantalla. Precisamente en Bab’Aziz se plasma mejor que en sus anteriores filmes también su idea de un islam no solamente más espiritual, sino también tolerante, heterogéneo y carente de fronteras, odio y fundamentalismo. Mientras un derviche limpia y sacude el polvo en la balaustrada de una mezquita (lo limpia del islam ortodoxo), se aprecian derviches, músicos y peregrinos que provienen de diferentes rincones del mundo y cantan y bailan en árabe, kurdo, farsi, turco y demás idiomas. Es, por ende, un abrazo a la fraternidad, a la idea primigenia de comunidad transigente, mientras el individuo también medita sobre su existencia y el universo.


         El visionado de la Trilogía del desierto de Nacer Khemir es, en suma, una invitación a buscar, hallar y ser absorbido -como le ocurrió al profesor en El-haimoune- por un misterioso libro. En él pululan genios (djinns), derviches, príncipes y princesas, emires convertidos en monos; gacelas, palomas o caballos que nos señalan el camino como las palabras ocultas bajo la arena. Pero también es un lugar donde la muerte se camufla de vagabundo o sastre y asecha en cada rincón. Es en los cuentos donde se halla la maravilla del descubrimiento y se aprende, por ejemplo, que existen diferentes tipos de amores (incluso los malos, aquellos que aman lo material) y miedos que se deben afrontar y asumir. O que toda belleza es fugaz, que simplemente somos átomos danzando en el desierto. 


FICHA TÉCNICA 

Título: El-haimoune (Los balizadores del desierto) 
Año: 1984 
País: Túnez 
Duración: 95 min. 
Dirección: Nacer Khemir 
Guion: Nacer Khemir 
Música: Fethi Zghonda 
Fotografía: Georges Barsky 
Reparto: Nacer Khemir (el profesor), Soufiane Makni (Houcine), Noureddine Kasbaoui (secretario judicial), Sonia Ichti (hija del Cheikh), Abdeladhim Abdelhak (El Hadj), Hedi Daoud (Cheikh), Hassen Khalsi (oficial de la policía), Jamila Ourabi (abuela) 
Producción: Coproducción Túnez-Francia; France Média, LATIF, Satpec 

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Título: Tawk al hamama al mafkoud (El collar perdido de la paloma) 
Año: 1991 
País: Túnez  
Duración: 86 min. 
Dirección: Nacer Khemir 
Guion: Nacer Khemir 
Música: Jean-Claude Petit 
Fotografía: Georges Barsky 
Reparto: Navin Chowdhry (Hassan), Walid Arakji (Zin), Ninar Esber (Aziz), Noureddine Kasbaoui (calígrafo), Jamil Joudi (Giaffar), Sonia Hochlaff (Leila) 
Producción: Coproducción Túnez-Francia-Italia; Carthago Films S.a.r.l., Italian International Film, La Sept Cinéma 

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Título: Bab’Aziz 
Año: 2005 
País: Irán 
Duración: 95 min. 
Dirección: Nacer Khemir 
Guion: Nacer Khemir, Tonino Guerra 
Música: Armand Amar 
Fotografía: Mahmoud Kalari 
Reparto: Parviz Shahinkhou (Bab'Aziz), Maryam Hamid (Ishtar), Hossein Panahi (derviche rojo), Nessim Khaloul (Zaid), Mohamed Graïaa (Osman), Golshifteh Farahani (Nour), Soren Mehrabiar (derviche) Producción: Coproducción Irán-Suiza-Hungría-Francia-Alemania-Túnez-Reino Unido; Behnegar, Farabi Cinema Foundation, Hannibal Films, Inforg Stúdió, Les Films du Requin, Pegasos Film, Zephyr Films

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