Norman Jewison


    Hace más de una década, Norman Jewison (1926-2024) confesó en una entrevista que nunca llegó a ser tan parte del sistema como quería ser. Sincera, su declaración era una impresión compartida por muchos críticos y espectadores. Modesta y heterogénea, incluso con sonoros altibajos, la filmografía de Jewison denota intentos, pero también esa sensación de no pertenecer al frontispicio de Hollywood. Sin embargo, ¿hay algún inconveniente en hallarse en segunda fila? Es cierto, como el propio Jewison admitía, que nunca pudo realizar esa 'gran película’ -lo que eso siempre signifique-, pero sí que pudo componer verdaderas cult movies que quedarán siempre grabadas en las retinas de los cinéfilos. Porque, ¿quién no ha tarareado alguna vez aquella canción de Topol en El violinista en el tejado (1971)? O descorchado una sonrisa, acaso una mueca de asombro ante aquella extravagante adaptación del musical de Broadway como es Jesucristo Superstar (1973). Con más o menos acierto, y con motivo de sus propias vivencias, Jewison también intentó denunciar el racismo contra los afroamericanos con filmes nada desdeñables, tales como eran En el calor de la noche (1967) o Huracán Carter (1999). Gracias a Jewison también se pudo ver a Sylvester Stallone como líder sindical en F.I.S.T.: Símbolo de la fuerza (1978), basada parcialmente en la figura del sindicalista Jimmy Hoffa. De poco o nada sirve enumerar todos los filmes de Jewison cuya puesta en escena, en muchas ocasiones, ha permitido salvaguardar un filme cuyo guion era inabordable. No será, quizá, el director de cine más recordado de la historia de Hollywood, pero es incontestable que poseía la destreza requerida para hacer un film correcto que, para muchos cinéfilos, ya es bastante.“Quería que me aceptaran. Quería que la gente dijera ‘esa fue una gran película’. Quiero decir, tengo un gran ego como cualquier otra persona. No soy una violeta que se encoge. Pero nunca me sentí totalmente aceptado, pero tal vez eso sea bueno”, admitía Norman Jewison. 

    En su adiós, siempre queda por recordar que una gran película, ataviada con múltiples premios y honores, no es precisamente siempre una buena película. El cine es también un instante capaz de avivar pulsos apagados, caldear el salón de una casa. Poco importa si se trata de una historia anodina, si sus fórmulas no son ingeniosas o estrambóticas, si es cine comercial o cursi. A veces, sin ser una gran o buena película, es suficiente con una cinta donde unos entrañables viejecitos dialogan en la cocina y sus personajes, como los espectadores, quedan encantados por la luz de la luna, como en Hechizo de luna (1987). Y en eso, en obsequiar instantes de reanimación y entrañables tardes de cine mientras afuera rugía la duda y el temor, Norman Jewison destacaba. 

Comentarios

Entradas populares