Foolish Heart

    Rubicundas sombras glasean los últimos contornos adormecidos, liman el azul cuya saturación oscura se funden con el último suspiro de la noche. Unos párpados florecen con parsimonia, declaran el fin del sueño eterno frente al reflejo de las gotas que penden o, de imprevisto, corren sobre el cristal como tinta. Se crispan bajo susurros los alivios de la lluvia. Apagado y dulce, blando repiqueteo. Un manto de aire gélido cubre los trazos alumbrados por la enclenque luz cuya vibración ondulada se filtra por el marco que da al lienzo de la calle. El gato exhibe el encanto de la atemporalidad ocultando sus patas delanteras bajo el pecho. Desde el respaldo del sofá contempla, ovillado, el adormecimiento del mundo. Sobre sus ojos de brillo argénteo el reflejo de la salpicadura de regímenes fluviales, miríadas de estrellas, adheridas sin afán a las partituras del tiempo.  

    Pero la silueta permanece sentada sobre el sofá, levemente inclinada, envuelta en la oscuridad. El esparcimiento de su mirada se marchita y no piensa. Solo sospecha, con serenidad, que el vacío es la forma del todo, oculta en su caja torácica; una melodía soldada con filmes de nitrato, amortiguados por el vapor de los años y que arderán sin testigos. Con la palma de la mano borra la breve cicatriz de una lágrima. Sorbe de una humeante taza de café. Suspira. Y contempla junto a su gato el estampado de la lluvia mansa pero persistente, su caprichoso juego de sombras, reflectado en su foolish heart


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