Pero su al alma la desoyes, el alma se desolla...



"Pero si al alma la desoyes, el alma se desolla"




I.

El verano comienza a flaquear, a desapegarse del pedaleo. Tiempos enroscados, de infinito soliloquio ante la bruma de las olas, de braceos bronceados en la piscina, de miradas ancladas en las partituras de los libros; furtivos encuentros de sedosa borrachera con los amigos, de coplas en soledad entre fogones; de lugares cuyos horizontes abrigo a diario y no hay fugas. Fue un verano donde el sol se tejía en el cielo bajo almas de playmobil y yo un invierno. 

II.

 Las frases célebres rememoran su dicha: del pasado, de los errores, de la vida se aprende. Como si la escuela fuera la vida, una referencia bíblica. Creo que andan algo equívocas. Creo que la gente desaprende lo aprendido en la tierna y la afortunada inocencia y con el transcurso de los equinoccios y los solsticios asimilan y desenvainan cierta crueldad envuelta. Tu juego fue el silencio con la intención de no dañarme y tu distanciamiento un misterio. Pero las casualidades tienen un metabolismo propio. Cuando te vi sonriente en la fotografía con tu nueva alma compañera, exhibiendo sobre dos copas de vino blanco la felicidad plena, admito que sentí el peso plomizo de un golpe de Estado. No por tu suerte, los días en los cuales revivían las mariposas su sentir en tu vientre y tu órbita perdía el temor a la gravedad. Sino por donar la confianza a la falsificación, prostituir las palabras, no decirme nada, y por ende sentirme como un juguete roto, un papel arrugado. No me arrepiento de nada, de la resistencia ante los miedos, de la ilusión bajo el regazo, siquiera de los actos ridículos que, a fin de cuentas, son un acto de riesgo, el lenguaje oficial del amor como bien dice Neorrabioso. Si te pido que me olvides es por justicia, por ser derrota de la humanidad, por no seguir la estela que todos siguen, salvando el odio ante alguien, oteando defectos que quizás nunca existieron -o sí-. Nadie me ha entendido cuando en mi casa no albergo fotos, siquiera vetustos álbumes cuyas entrañas acogen vivencias pasadas. Sí que intento salvaguardar poemas, libretas, objetos que, como un gato, intento ocultar bajo la nevera o en algún rincón de mi vera. Por ahí andarás esparcida, entre mis futuros reencuentros con las vivencias. Tal como temo al presente y su inmediato futuro, también temo al pasado. No quiero hundirme con los recuerdos que otros han olvidado y tan solo exhiben como trofeos en sus vidas o -peor- las reescriban como una dictadura frente a la primavera. Para bien o para mal, el pasado se vive -de allí que incluso afloren alegrías, tristezas, temores o deseos cuando los invocamos-, no se recuerda. Ni son meros souvenires

III. 

"Bleib immer Du selbst", llevo cincelado en la sien y cada vez que las yemas frotan con parsimonia esta frase, los conductos lacrimales se aflojan, pierden la guardia. Aquella frase de mi abuela siempre ha sido el distintivo, la dirección que me indicaba las latitudes y longitudes adecuadas para no perder(me). El mundo está repleto de órdenes y verbos impositivos, de sugerencias y comentarios, de críticas, reglamentos, leyes, teoremas, conductas, creencias, hashtags y trending topics, modas, tendencias de mercado. Muchos sucumben ante ellas y creen hacer lo correcto, buscan una justificación y sino hacen uso de la imaginación para atropellar legalmente las lecturas de Sócrates. "Bleib immer Du selbst", me invocaba. Y aunque el planeta entero esté empeñado en derrumbar mi diminuto cosmos -con sus creencias y convicciones- sigo la estela de mi abuela. Me rasco la barba, me enrosco en poemas, esculpo palabras, exploro en la cultura, rasgo la guitarra, abro surcos en el agua y me habito en soledad sin dañar a nadie. Así sigo siendo yo mismo ("Sé siempre tú mismo, sé íntegro, puro", me decía mi abuela), sin traicionarme a mí ni a los demás, enroscándome bajo mi caparazón, midiendo la distancia del erizo para no ser mellado, sin amargarles su fiesta privada a la cual nunca me invitaron. Y porque así no desoigo a mi alma que habita en mi vera que, como canta el Kanka, se puede desollar...




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