Fue un atraco perfecto


Las sociedades se equivocan. Es un hecho relevante y queda constatado en innumerables acontecimientos cuyo brío destella en el código genético de la Historia. Como un ente orgánico, es fácil de cincelar, moldear, tal y como nos expuso Antonio Gramsci en su obra "La política y el estado moderno", obra que surcando las décadas y a orillas del siglo XXI tiene una vigencia asombrosa.  El fracaso de la inteligencia del hombre colectivo -en términos gramscianos-, la idiotez a flor de piel, apenas comienza a gestarse en la formación del hombre masa, facilitada por una sombría criatura, una superestructura espoleada por los poderes fácticos que, de iure, habitan las cloacas atemporales de toda colmena humana.


Inmensos maderámenes configuran una jaula dorada para el ser humano cuyos latidos se nutren de  relojes, fast-food -pero ahora sazonado por vómitos à la Chicote- , redes sociales de arrastre, series televisivas como fugas de escape hacia la constelación de Orión y que parecen hacer contener el aliento a las agencias de viaje de El Corte Inglés por conocer el fatídico final de las catedrales góticas -ahora suplantadas por centros comerciales- o del artista bohemio que hunde su romanticismo en el anonimato ante un oleaje de libidas sagas literarias y cuyo único fin es sedar la consciencia de saber que gracias a las guerras del Chad o las torturas silenciadas en algún rincón de Bishkek, se posee el rictus perfecto y perfumado en cada conversación matutina acordada en la cafetería de cualquier ciudad. 

La ira, la indignación -término ya predispuesto en las rebajas de tu próximo verano- está bien canalizada hacia la elite que se exhibe -como maniquíes de Paul Lagerfeld- en un Blitz, carente de franja horaria limitada. No hay señuelos ajenos, son siempre los mismos y los que ahora recuerdan que hay que votar, porque si no votas el cambio, todo seguirá igual. En cierto sentido, el sistema institucional y sus continuos mensajes bombardeados vía wi-fi, son eficaces. Ya Ulrich Beck atinó bien este método donde la espiral de la individualización destruye la coexistencia social y, por ende, la pervivencia de la supraestructura. En cierto sentido, es tal y como nos revela Pucho, cantante de Vetusta Morla; es un golpe maestro

Llevaron los finales
a tierra de neutrales,
no nos dejaron líneas ni para empezar.

Fue un atraco perfecto,
fue un golpe maestro
dejarnos sin ganas de vencer.
Fue un atraco perfecto,
fue un golpe maestro
quitarnos la sed.


Empero, el pesimista es el mejor optimista y la utopía pugna, como un Mohammed Alí descuartizado y casi abatido en el Zaire, contra la distopía. ¿Es posible cambiar todo esto? ¿Es posible que el hombre colectivo, la sociedad, no cometa otra estupidez, recobre y proclame el triunfo de la inteligencia? Según José Saramago y su obra Ensayo de la lucidez, es posible. Si el curioso lector se adentra en las letras de Saramago hallará una teoría casi extinta pero tan deletérea para los poderes fácticos como gratificante y sana para el intelecto y el deseado cambio cantado por Mercedes Sosa. Un Pierre-Joseph Proudhon, un Max Stirner jamás se asomarían a una urna electoral. Pero, ¿y si toda una masa leída e informada, lúcida y rebelde, fuera a votar con un papel en blanco? Quizás esto no ocurra y muchos disientan todavía de la partitocracia y sus lúgubres juegos, la egolatría y los impulsos de todo individuo como bien retrató Max Weber en su obra. Pero, ¿y si todo el mundo -y nunca mejor dicho- esta verdaderamente indignado, hace honor a su concepto y vota en blanco? Es obvio que un voto disperso hará aguas, acuciado por un lema maltrecho y desencajado, prostituido como es la libertad. Me refiero, si todos anunciamos un malestar ante la clase política en su conjunto, ¿por qué no concentrar el voto en esa expresión que clama el hombre colectivo? Es, lo recalco, una utopía aunque ese voto directo, impoluto, sin asignación partidaria, contabilizado, es el que verdaderamente hace daño al sistema y a los partidos políticos. Además, considero que la mejor tolerancia es ser intolerante ante ciertas injusticias que se comenten por doquier y con testigos tras los escaparates. Además, iré a votar en blanco -no lo oculto, como tampoco oculto mi indignación- dado que el final de la canción del último álbum de Vetusta Morla suena así de bien: 

Fue un atraco perfecto,
excepto por esto:
nos queda garganta, puño y pies.
No fue un golpe maestro,
dejaron un rastro,
ya pueden correr. Ya vuelve la sed.


Comentarios

Entradas populares