Tsundoku

 

    Desde que aprendí que los libros tienen su orgullo, no suelo prestarlos. De hecho, fue en lo primero que medité: ¿A quién le habré prestado el libro? Pero era obvio que a nadie desde que perdí aquél ensayo de Manuel Vázquez Montalbán sobre gastronomía. Así que proseguí con la búsqueda. Volví al apartado de literatura japonesa, una vez más. Palpité el fondo de la estantería. Revisé otras secciones, rincones. Nada. Me fui al salón donde albergo más libros. Qué raro, me dije mientras el gato me contemplaba confuso. Volví a la biblioteca y reemprendí la exploración pero sin éxito. Me quedé observando las estanterías repletas de libros y me dije dos cosas. Una, que quizás mañana encuentre "Botchan", de Natsume Sōseki. Lo pensé así, como si los libros poseyeran una extraña costumbre de deambular por casa, regresar y volver a contraerse entre volúmenes ajenos. Y dos. Tengo un problema: el tsundoku

    Seguramente habrán oído o leído sobre el  Tsundoku (積ん読), palabra japonesa que se podría traducir a nuestro idioma como la pasión de los bibliófilos por coleccionar libros (literalmente significa "pila de libros"). Y en eso cavilé, en todas las lecturas que todavía tengo pendientes. Afortunadamente esta manía caprichosa o enfermiza ha desaparecido y no por el mero hecho de interpretar que el espacio aparece en peligro de extinción, sino por el hecho de admitir que con esta biblioteca podría dar por cumplido mi existencia. Es verdad que se amontonan lecturas pendientes pero también las ya consumidas y algunas que merecen una relectura o al menos una mera revisita, un hojear de las frases subrayadas como era en el caso de "Botchan". Con este amasijo de palabras he construido un castillo infranqueable, un refugio que en épocas de confinamiento resultaban el lugar idóneo para crear una brecha sobre la esperpéntica realidad del asfalto. 



    Reconozco que durante nuestra adolescencia nos abrazamos a las lecturas de ciertos fetiches literarios, tales como Julio Cortázar, García Márquez o los clásicos de la literatura rusa. Empero, cuando comencé a adentrarme en la literatura japonesa el autor que más me cautivó fue Natsume Sōseki con obras como la ya referida "Botchan", "Soy un gato" o "Kokoro". Con un humor mordaz capaz de alterar tus comisuras y hacerte reflexionar sobre la hipocresía o los cánones, conductas propias de las sociedades capitalistas, Sōseki también evidenciaba las virtudes, bondades de ciertos individuos que se escondían ante el avance de una voraz sociedad individualista como egoísta en el tormento interior de la indiferencia. Eso sí, los gatos son la excepción cuando contemplan, como si se tratara de una cinta de Robert Bresson, la conducta humana. Del libro extraviado y quizás presente en un universo paralelo, recuerdo que hablaba de un profesor de instituto y que sus impresiones y experiencias (propias del mismo autor que también fue docente durante un tiempo) me parecieron muy vigentes tras haberse escrito y publicado hace más de un siglo. En un momento dado, por ejemplo, habla de la mezquindad, la pedantería mundana de los propios profesores frente a su idea que la educación no solamente era (y es) instruir conocimientos, sino también formar ciudadanos nobles en cuanto a valores: "Si todas las reuniones de profesores eran así de farsas como aquella, lo mejor sería saltárselas y quedarse en casa echando una siestecita". Y, ¿quién que no haya sido profesor no ha suspirado en esas reuniones y pensado lo mismo que Natsume Sōseki? Ciertamente se podría ahondar, profundizar, excavar en la obra del autor japonés, divagar sobre la idiosincrasia permanente del colectivo, la sociedad, su postura frente al mundo, empero, anda por ahí un libro perdido en mi Tsundoku. Un libro que forma parte del muro. Como decía Sōseki en Botchan: "Si el mundo era así, solo me quedaba encerrarme en mí mismo, e intentar que no me engañaran." Claro, lo has entendido. Hay que encontrar ese libro y tapar la muralla. 

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