El último amante


    Soy el relapso de la humanidad que no hallas. Rememoro, diseño, perfilo, husmeo sus tres contornos de su extraviada existencia. Bebo y evito molestar, estornudo súplicas enajenadas de toda inapelable contingencia. Sea el cordero mi lexicografía, muerto sobre un altar ajeno al género, al subrepticio encubierto, delatado por un enigma encriptado. Jiri Zak, ¿qué papel tomamos? Nadie conoce tu nombre, siquiera mi apellido. Nuestras huellas dactilares el glaucoma de nuestros relojes. ¿Sabes?,  quiero morir para vivir mis vidas, huir de las fotocopias que me miran, me auscultan, me hacen circo, me humillan, me vilipendian, me dañan, me admiran, me adoran, me publicitan, me divulgan, me etiquetan, me remuneran. Y yo, yo solo quiero ser el vacío de sus iris. Solo quiero recordar un instante en mi verano. Sus ojos latiendo bajo sus párpados mientras el sol alumbraba la estancia de blanco. El azul marino de su enclaustrado hospicio lleno de ausencia y que habité en un desembarco, en la brisa mediterránea, la sorpresa achinada frente a una tarta cuyo alivio se posicionaba sobre un alistado cartel de triángulos que cobijaban letras, vocales, consonantes. Y solo en su todo era verbo como la carne. Qué importa su lengua si no es elixir. Yo ví sus ojos mientras me alisaba mi existencia aquella brisa que culminó en abrazo. De aquel calor no queda latido alguno. Quizá un pulsar tibio, cada cierto tiempo. Semejante a un dolor furtivo cuya punzada existe solamente por avivar el recuerdo. 

    Podemos imbricar suposiciones, no nuestros alientos. Avanzamos a otros ignotos lugares que no eran nuestros. Verticales eran los edificios bajo la luz del verano: marrón oscuro, acrónimos descompuestos, ocre, sepia, dime verde. No sé, un aire nos era inefable, tu sonrisa, la mía, el tono ajeno a la partitura que nos profesaba el cosquilleo cósmico, que nos arrastraba al hostal que evitábamos para continuar con la travesía cinematrográfica. Duelo y empate con un testigo francés de por medio. Tumbar los reyes de la razón, descuartizar las legiones de los argumentos sobre un campo de batalla que era tablero. Ay, la memoria me cruza. Embate, tiro, muerte. Yo te quise. Te quiero, te querré. Porque fuiste y no eres. Y yo fui y, matemáticamente, no soy y soy. Soy y te quiero en lo oculto y negado, en lo censado y prohibido. En lo negado y borrado. ¿Qué eres? Nada de lo desvelado. Madre expuesta y admirada. Mujer de pareja pirriada por el capitalismo y su fiel patriarcado. El velo del sueño. El admirar de una madre, de una sociedad sepulcra. Yo, un supuesto destrozo, un nadie, el desconsuelo, la misericordia, el rezo, el temor, la nada, la anécdota, lo furtivo, un nombre, la secuela, tú y su teclado. 

    Me río. Porque no sabemos nada del otro, solo amanecen y atardecen nuestras sombras, las fieles compañeras del deseo neonato, del plexo imbricado en un futuro que ya está muerto y se supone vivo. Y sin embargo me entristece tanto que quiero ser Le Havre. Repetirlo porque suena a Boris Vian, a anarquía consumida: Le Havre, Le Havre, Le Havre. La uve mordiendo con dulzura el labio inferior. El viento invernal quemando la cara frente al mar: Le Havre. Tras hebras plateadas, fumadas, desaparece el rostro del último amado. 

By W.

Comentarios

Entradas populares