William Faulkner - Mientras agonizo


«Cómo nuestras vidas se deshacen y caen allí donde no hay viento ni sonido; los cansados gestos cansinamente repetidos: ecos de viejas compulsiones que se ejecutan sin manos y sin cuerdas: al ponerse el sol adoptamos actitudes furiosas, muertos ademanes de marionetas». 
 
- Darl, en Mientras agonizo, de William Faulkner (1930)

        La itinerancia, el eterno vagar, es una constante, la prosapia inmersa y perteneciente a nuestro código genético. Quizá por ello esté tan presente en la cosmogonía de los mitos y leyendas que estudió y recopiló Joseph Campbell, subyazga en el inconsciente colectivo hasta brotar en la literatura desde tiempos homéricos, pasando por Cervantes antes de implosionar y hacerse visible en miríadas de obras donde solamente, a modo de ejemplo, se me ocurre citar a Joyce, Steinbeck, Kerouac, Tokarczuk o al mismo William Faulkner. Porque el viaje iniciático, el símbolo por excelencia, se emprende no solamente bajo el reflejo del ignoto cosmos como metáfora de nuestras existencias, sino que supone un deambular cuya emprendeduría conserva el valor de la maduración, la transformación del héroe perdido mientras el tiempo se desmigaja. «Eso es lo que quieren decir con el seno del tiempo», medita Dewell Dell en la obra de William Faulkner. «La angustia y la desesperación de los huesos que se ensanchan, la fuerte faja que ciñe las ultrajadas entrañas de los acontecimientos».

     
        Mientras agonizo (As I lay dying, 1930), título que ya de per se es toda una declaración de intenciones al ser extraído de un canto de La Odisea de Homero, es uno de esos periplos. En algún recóndito lugar del condado ficticio de Yoknapatawpah viven los Bundren, una familia granjera humilde que espera, bajo el mantra del sonido de una sierra, el despertar del viaje. Mediante el flujo de conciencia y sus respectivos monólogos interiores, Faulkner delega al lector la imbricación de la trama y sus personajes. Así, es posible apreciar con mayor claridad y sin disimulo la naturaleza humana al desnudo, apreciar el cinismo, el egoísmo, la verdadera condición de uno mismo y el cisma entre el pensamiento y la palabra: «solía pensar en cómo las altas palabras muertas siempre acababan por perder hasta el sentido de su sonido sin vida», recordaba Addie Bundren. Y mientras el lector compone el puzzle y los Bundren comienzan a avanzar con su carreta y un ataúd, Faulkner retrata un paisaje sureño desolador: el yunque de la religión, el reino del patriarcado de dentadura postiza, la mezquindad y los valores neonatos de una sociedad cuya esencia reside en agrandar la bisagra entre ricos y pobres que hasta el miembro más joven de los Bundren los aprecia con claridad: «Yo soy un chico de campo porque hay chicos de ciudad. Bicicletas. ¿Por qué la harina y el azúcar cuestan tanto si eres un chico de campo?». Y mientras las ruedas de la carreta chirrían en su avance con destino a Jefferson, acontecen hechos insólitos, absurdos, casi tragicómicos cuya acidez surge del razonamiento en apariencia lógico, pero cuyas consecuencias son una clara referencia al título de la obra. Y sin embargo avanzan con una insólita terquedad, cada vez más achacosos, meditando en  soliloquios sobre el ser y no ser, la vida y la muerte, rumiando en silencio sus sentimientos de culpa, atormentados por sentirse envueltos en un mundo carente de sueños o ambiciones, sin escapatoria alguna. «A veces no estoy tan seguro de que alguien tenga derecho a decir quién está loco y quién no. A veces pienso que ninguno de nosotros está loco del todo o cuerdo del todo hasta que la gente decide inclinar a un lado o a otro la balanza. Es como si no importara tanto lo que un tipo hace, sino la forma en que la mayoría de la gente le está mirando cuando lo hace», opina Cash Bundren mientras marchan. 

        «No me gustaría deber nada a nadie» es el eterno como terrorífico estribillo que repite el viejo Bundren durante toda su travesía, semejante a ese Bartleby de Melville y que resume a la perfección este relato de Faulkner. Mientras agonizo es una lectura cruda, áspera, casi fantasmagórica, semejante a un canto de Tom Waits o Blind Willie Johnson. Porque allí los veo a esos personajes rudos, desalmados masticando y escupiendo sin alterar su mirada petrificada, dura, contemplando un horizonte crepuscular, sintiéndose «como si fueran una semilla húmeda y salvaje en la tierra caliente y seca».

Comentarios

nmj.graphiteart ha dicho que…
Dejé los apuntes por hoy, me tumbé a descansar la espalda y leo esta maravilla. Tengo este libro en epub y lo aparté pensando que no me iba a gustar. Acabas de cambiar toda mi perspectiva. Es precioso lo que escribes. 😌
Diebelz ha dicho que…
Bueno, yo tampoco lo tuve claro si me iba a gustar pero craso error. Me ha absorbido el relato y, en cuanto pueda, me volveré a sumergir otra vez en el universo faulkneriano. Por cierto, ayer por la noche empecé con Sylvia Plath y promete. Gracias ;)

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