Tres cuartos de cuartilla para Manolo: Y dos huevos duros

    
       La Historia se parece algo a Harpo Marx. Ambos, pese a querer advertir sobre los peligros inminentes mediante el uso de charadas, son ignorados. Sea por la manía de lo popular, la fanática militancia y fidelidad hacia la apatía o a la querencia por los tiempos velocipédicos, lo cierto es que ya desisten, pensando que quizá nacieron con mala sombra. Pero los temores de marras, tales como el ya consolidado auge de la ultraderecha a niveles planetarios y cuya masa se ha ido conformando durante más de una década, siguen ahí. Mientras Mr. Monopoly se prepara frente al espejo para presidir la glamurosa cena del capitán, un camarote de crucero, a velocidad de crucero, continúa solicitando la comparecencia  de opinólogos, toreros, claquetistas y maniquíes que van llegando a ritmo de can-can para aclarar el fenómeno. Se esbozan marcos teóricos, se debate sobre correlaciones de fuerza; se diseñan programas políticos, estratagemas. Analizan y ponderan posibilidades mientras alguien consulta la bola de cristal de la bruja Avería. Se descomponen lenguajes y se vuelven a armar relatos y fábulas, ya con el sello de garantía posliteraria, tal y como se haría en una ilusoria Inspección Técnica Metalingüística. Contrastan estadísticas, encuestas, sondeos, hemerotecas, estudios y -por qué no- hasta cartas de menú. Pero al final todo queda en un ruido blanco y alguien allí presente constata el hecho de que están atrapados por el incesante flujo de más directores de orquesta, meteorólogos, chefs y arlequines. 
No hay afán en querer menospreciar la aparente buena voluntad o la demanda del deseo proclamada por aquel camarote, pero se advierte una trampa forjada por la propia dialéctica y que solo puede eludirse desde cubierta y con el silencio, entendido como condición para la escucha, por horizonte como garantía de la ética del diálogo. Que la deriva reaccionaria viene cuajándose análoga y armoniosamente con el avance de la cibernetización que se adentra hasta en nuestros dormitorios y sueños no es una novedad. Pero tampoco un asunto baladí, algo que se debería normalizar o aceptar sin cortapisas, siquiera con aires de desdén propios de un Jep Gambardella. Los últimos ejemplos, como Alvise en España o de Jordan Bardella en Francia, muestran un problema que no reside en que un youtuber, instagramer o content creator pueda ser presidente de una nación, ciudadanos de a pie, aunque sin dar pie con bola, a fin de cuentas. Tampoco en que la fotografía, instantánea y en movimiento, haya suplantado a la realidad hecha sombra por un insaciable Nosferatu. El asunto estriba más bien en el receptor, en aquella masa de ciudadanos de este tercer milenio que, rendida y desarmada, vacía de ideales e ilusiones, se ve hipnotizada por el efecto placebo cada vez más agudo y penetrativo que causa el océano algorítmico, capacitado para moldear una realidad sospechosamente bondadosa y cercana en su ilusión. Cual espejo mágico, responsable de arrojar a la malvada madrastra de Blancanieves a la cola del INEM, nos satisface ante todas nuestras necesidades, sugiere remedios para toda clase de males y proclama el fin del dolor. Pero también nos susurra que no la abandonemos porque más allá de la caverna de Platón, de nuestro campo de visión reducido a la pantalla de nuestros smartphones, no hay nada. La realidad, según el espejo mágico, está condenada, tal y como se aprecia en sus visiones distópicas y apocalípticas hechas mainstream, delicioso campo de cultivo para el discurso ultraderechista que, jugando con el miedo, lanza a granel sus delirantes proclamas de odio y morbosas aspiraciones maquilladas al más estilo Baby Jane sin renunciar al sempiterno marco belicista que bendice y asigna a la mentira como una reconfortante verdad en un océano algorítmico complejo. Es, en suma y sin querer dilatar en el asunto, una hedonía depresiva a niveles endémicos que ha paralizado y despolitizado a una población que no se ve capaz de romper el espejo y levantar la barbilla hacia un horizonte, ahora sí, utópico y en el cual pueda reconquistar el aroma del tiempo que requiere asuntos tan vitales como es la política, la filosofía o la mera visualización de un filme durante una hora y veinte minutos sin atender al móvil. 
        Pero mientras fuera de campo la desertización avanza, las bombas perpetúan el efecto doppler sobre poblaciones desamparadas y la podredumbre se postula como nueva categoría del Premio Nobel, desde el camarote solicitan la presencia de nuevos spin doctors, coach trainers, influencers, content creators y un profesor de inglés por si acaso. Ah, ¡y dos huevos duros! No vaya a ser que algún atleta de pensamiento desfallezca ante los devaneos propios allí encerrados. 

Comentarios

nmj.graphiteart ha dicho que…
La ideología ya caducó, porque ya no sirve para nada. Quizá tuvo su momento, pero ahora el sistema ha sobrepasado a lo humano. No es ya ni política, es empresa y nos han aislado. Del individualismo capitalista hemos pasado a la supervivencia en el aislamiento. Nunca fue tan explícita la indefensión aprendida. Al menos me queda este blog.
Diebelz ha dicho que…
Sí, ciertamente son tiempos sombríos. No veo, de momento, nada que muestre un hálito de esperanza y, como bien dices, es cuestión ya de supervivencia… Saludos.

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